Los diálogos y negociaciones para conformar gobierno parece que hayan fracasado. Mientras el gobierno en funciones, mejor sería decir en diferido por su capacidad para retrasar su presencia en el parlamento, se esconde y abandona como siempre toda responsabilidad, el resto de partidos con posibilidades no son capaces de alcanzar un mínimo acuerdo.

Y ustedes se preguntarán qué recónditas e insondables razones pueden haber para que no consigan un pacto de legislatura de un par de años sobre los temas básicos que más nos preocupan: sobre la reforma del sistema representativo, para que sea más proporcional y participativo; sobre el papel del Senado, para que deje de parecerse a una ladronera; sobre la recuperación de la sanidad y la educación públicas; sobre el futuro laboral de nuestros jóvenes y las pensiones de nuestros mayores; sobre un sistema fiscal más justo y equitativo; sobre nuestro adeudo con los más débiles, etc.

¿De qué hablan cuando se apagan los focos de las cámaras, cuando se van los periodistas? ¿De cómo repartirse las carteras? En estos últimos meses los partidos jóvenes han envejecido, la misma resignación aparece en la cara de sus votantes. Hoy vemos igual a todos los partidos: iguales en mediocridad. Unos y otros han demostrado no tener la altura moral suficiente para responder ante una ciudadanía cansada de la corrupción, de la desigualdad y del menosprecio.

Están demostrando, cada uno a su manera, que lo que quieren es seguir utilizando las instituciones democráticas para sus propios intereses. Si eso sucede, y parece que así va a ser, pasarán a la historia como aquellos partidos que permitieron y, de esta forma potenciaron, un más de lo mismo de consecuencias democráticas imprevisibles. H