En estos días en que luce, con renovada nobleza, la fachada del Ayuntamiento castellonense, se me ocurre pensar, a título de anécdota, en una historia luctuosa, acaecida en el palacio consistorial, muy poco conocida del paisanaje convecino, como es el cruento asesinato, a manos de grupos extremistas, del gobernador Pedro Lobo, (acusado de ser afrancesado) junto con otros conciudadanos, acaecido el 19 de junio de 1808.

Un mes más tarde de los trágicos homicidios, procedentes de Valencia, se presentaron en Castellón cien soldados de la guardia miñona y apresaron a más de 30 de los amotinados que asesinaron al gobernador Lobo, plantando un cadalso en la plaza Mayor para ajusticiar a los declarados culpables de los crímenes. No obstante las órdenes emanadas con posterioridad, decretaron el traslado de 43 de los sediciosos a Valencia. La junta local que gobernaba la villa, recuperaba la situación de gobierno, pese al aciago panorama bélico que la envolvía.

Y ahora viene una curiosa anécdota, patentizada en un detalle significativo, que se mantuvo durante casi medio siglo: fue la presencia de una mano mutilada, suspendida en los arcos de la casa consistorial de Castellón, que por mandato de la Capitanía General de Valencia recordaba, con esa imagen tan truculenta, el brutal asesinato del gobernador. ¿Inspiraría tal vez esa mano los siniestros relatos de Arsenio Lupin y la condesa de Cagliostro? o ¿tal vez el chascarrillo rimado de Muñoz Seca en La venganza de Don Mendo, con una frase tomada de La venta de los gatos de Bécquer?».

*Cronista oficial de Castellón