El escritor italiano, Ludovico Ariosto, cuenta en su obra Orlando furioso la batalla que sostuvieron las huestes sarracenas con las tropas de Carlomagno en la inminente toma de París. Cuando la decisión parecía estar a favor de la victoria de los primeros, el arcángel San Miguel ayuda a los cristianos y, finalmente, vencen estos. El desenlace tiene truco: en un convento próximo ha aparecido la Discordia por un polémico nombramiento del abad; el arcángel la recoge (la Discordia) y la esparce entre los mandatarios acampados en un lugar a cuyo frente está Agramante, el cabecilla del ejército sarraceno. Nace entre ellos la discusión, se pelean entre sí y las disputas internas facilitan la victoria de Carlomagno.

¿Le sugiere algo, lector? Sembrar la discordia, como se dice con frecuencia, es un recurso para no conseguir la paz. La diosa griega de la Discordia, Eris, encarna la rivalidad, los celos y la envidia. Hemos asistido últimamente a actos en los que algunos de estos componentes, y otros, han aparecido en foros públicos en los que la discordia se ha hecho fuerte y ha truncado los valores más preciados de la ciudadanía. Parece que han prevalecido intereses espurios, ajenos al interés general. Y, si no es para bien, esperemos que no se repita aquel «donde dije digo, digo Diego» y nuestras instituciones no se conviertan en un desacorde campo de Agramante.

*Profesor