Todos los días asistimos, sin ser invitados, a diatribas políticas y no políticas en las que, desgranando lo que se dice, nos encontramos con una sarta de palabras ofensivas, dichas sin rubor de ninguna clase, unidas a inconscientes rectificaciones que olvidan lo que los lectores o espectadores recuerdan. No hacen falta hemerotecas --que siempre vienen bien-- para darnos cuenta de lo que se dijo entonces y lo que se niega ahora. Bueno sería recordar lo que decía García Márzquez: “Lo más importante que aprendí a hacer después de los 40 años fue a decir no cuando es no”.

En una de estas columnas el profesor y amigo García Marzà decía algo así como que el mundo está ayuno de ética. Y tiene toda la razón. Siguiendo el hilo de su autorizada argumentación, yo diría, de manera más general, que el mundo está en ayuno de Educación. Palabras ineducadas, gestos ineducados, griterío desmesurado que enferma nuestros oídos. (¿Por qué no hablan con moderación, pausadamente, con argumentos sólidos? Aumentan el volumen, sin aportar nada nuevo. Y, muchas veces, son argumentos ad baculum, de la fuerza o de la amenaza del uso de la fuerza).

Faltan principios de urbanidad, es decir, buenos modales que demuestren respeto hacia los demás, sin olvidar que aquella se inscribe en el marco más amplio de la educación, que es, en definitiva, el proceso de socialización de los individuos. Educación para todos. H