Con esto de las tradiciones estamos haciendo incursiones en un campo, como el de la religiosidad popular, sin apercibirse, algunos, de cuánto significa para la cultura ese sincretismo que envuelve muchos de los actos que desde hace siglos estamos celebrando. Que las fiestas religiosas están impregnadas de un cierto paganismo --ahora les llaman neopaganismo-- es una realidad, aunque no motivo de escándalo. Históricamente así ha sucedido, sin menoscabo del dogma ni del sentido último.

Esta semana la provincia castellonense constituirá una auténtica ruta ígnica, pagana, si se quiere, pero dotada de un claro sentido religioso, aunque parezca una contradicción: la celebración de la fiesta en honor de san Antonio Abad en la que muchos de los actos conservan su más prístina esencia religiosa. Esto es la tradición: cercenar la festividad, adulterarla, es un grave error. La tradición se conserva íntegra y así debe ser, sin que ello suponga el inmovilismo, pero nunca fuera de su contexto ni de su sentido. Innovar con respeto es legítimo, otra cosa puede rayar en la chabacanería. Es un tributo a las generaciones pasadas que, en su tiempo, supieron crear algo serio para la posteridad.

La fiesta de san Antonio Abad, las típicas santantonadas, constituyen en nuestras comarcas una riqueza etnológica de primera magnitud, a la vez que un claro ejemplo de preservación de los valores más entrañables que hemos heredado. H