A estas alturas de la campaña electoral debo reconocerles, queridos lectores, que me cuesta mucho no escribir sobre los errores que unos y otros están cometiendo. Salidas de pata de banco, promesas mil veces repetidas y siempre incumplidas, insultos extemporáneos hacia los votantes de los otros partidos, abrazos regalados más falsos que una moneda de tres euros… En fin, lo de siempre, pero esta vez, no sé por qué, multiplicado por infinito.

Dicho esto, la actualidad manda. Y el incendio de Notre Dame es mucho más importante que mil campañas electorales. Notre Dame es lo que es y lo que representa. Es lo que nunca fue o será. Notre Dame lo es todo. Es historia viva de occidente. Es fe. Es devoción. Es cultura, arquitectura y escultura. Es pintura. Es, en resumen, la condensación de todo cuanto hemos sido en Europa desde el medievo hasta hoy.

Me dolió verla arder. Me entristeció constatar que el patrimonio de todos los europeos no está recibiendo el mantenimiento que precisa. Hoy ya hay quien ha puesto encima de la mesa hasta doscientos millones de euros para su rehabilitación, pero ayer, la semana pasada, el mes pasado, apenas había dinero para rehabilitar su techumbre. No nos damos cuenta del valor de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y si esto ha pasado en Francia, ¿qué no puede pasar al sur de los Pirineos?

*Escritor