En esta Semana Santa ha habido una nota de dolor añadido: el incendio de Nôtre Dame de París, una pérdida patrimonial, que ha contado, en cambio, más allá de la materialidad de un referente cultural, con el sentimiento religioso compartido de muchísima gente. Uno de los testigos expresaba dramáticamente el luctuoso hecho con lágrimas de desolación. Yo recordaba mi última visita, junto a mi hijo, reviviendo con intensidad la impresión de un lugar tan entrañable, no solo para los franceses, sino para todo el mundo. En la Isla de la Cité, la catedral desde el siglo XII ha conocido transformaciones sucesivas durante su larga vida. Y su proyección literaria, incluso, como la inmortal obra de Victor Hugo, Nuestra Señora de París. Un voraz incendio el día 15 de este mes, destruía una parte importante de su fisonomía.

Sin embargo, por las fotos y muestras que hemos conocido, el impacto intimista, religioso, ha sido una constante en esta historia en la que, espontáneamente y en número creciente de fieles, un sentido canto se dejaba escuchar en los alrededores de la catedral: Je vous salue, Marie, que salía de las gargantas de cientos, o tal vez miles, de quienes permanecían contemplando las llamas. Al conocer que la estructura se había salvado se entonó, espontáneamente, el himno Nous Te saluons, couronnée d’etoiles, seguido del Salve Regina que inundó la plaza de la catedral. Un acto de fe.

*Profesor