Muchas veces hemos hablado en esta columna de la necesidad de reforzar la educación ciudadana, de potenciar el diálogo y los valores éticos, de lograr un pueblo adulto capaz de debatir en cualquier espacio público sobre ética y política, sobre lo que la democracia debería ser y sobre la que tenemos. Pero a nuestros políticos parece no interesarles ni esta educación ni este debate, no sea que aprendamos que las palabras tienen su significado y no son tan maleables como pretenden, como en un debate de investidura.

Hace ya mucho tiempo que Kant definió la ilustración como el abandono de la minoría de edad en la que nos mantenemos de forma voluntaria. Minoría de edad que entendía como la incapacidad para utilizar nuestro propio pensamiento y juicio sin ser conducidos por otros. No porque no sepamos o podamos, sino por falta de valor y coraje para servirnos de nuestra facultad de pensar, para debatir y buscar acuerdos. ¡Sapere aude! ¡Atrévete a pensar! ¡Ten el valor de utilizar tu propio entendimiento! Lo contrario a la mansedumbre que hoy se espera del buen ciudadano.

Hemos abandonado nuestra ciudadanía, nuestros derechos y obligaciones, en manos de nuestros representantes y así nos va. Uno ya no sabe si la voluntad popular está en la mayoría parlamentaria o anda corriendo delante de un toro, pagado por los políticos eso sí, en las fiestas patronales. “Pan y circo”, como siempre ha sido. Nuestros representantes pueden apoyarse en el espectáculo y el clientelismo porque saben gestionar bien nuestra minoría de edad. Si salimos de ella, si utilizamos nuestra capacidad de razonar y entendernos, de participar y buscar acuerdos, no iríamos a peor. H