En estos días donde la manipulación de las emociones a través de la publicidad, mensajes navideños incluidos, nos lleva a una constante alteración y distorsión de sentimientos y valores, no vendrá mal que repasemos juntos el significado de la palabra miserable. Lo digo porque tenemos en un solo término tanto a la persona capaz de cometer malas acciones como a quien las sufre.

Por una parte, nuestro diccionario se refiere a la persona muy pobre, desdichada e infeliz; a quien es desgraciado o desventurado, digno de compasión. Que no tiene donde caerse muerto, por ser breve. Por otra parte, también señala a todo aquel que es mezquino, tacaño o ruin; canalla o perverso. Convirtiéndose así en un insulto bastante fuerte contra alguien. Por ejemplo, cuando decimos que «solo una persona miserable sería capaz de haber hecho tal o cual cosa».

Venga esta reflexión para recordar, es decir, volver a traer al corazón, a Said Aballa, emigrante saharaui cuyo cadáver fue abandonado en la camilla de un centro de salud por su contratador. Said, que había llegado España cuando aún era menor de edad, falleció de un infarto del corazón mientras recogía aceitunas. Tenía 31 años. Como no tenía los papeles en regla, el agricultor que lo enganchó, sin contrato y, por tanto, sin condiciones laborales y con un salario menor, cogió el cadáver y, como si fuera un trasto, lo abandonó. El alcalde condenó la acción del, por así decirlo, empresario, pero advirtió que su pueblo no era «un municipio de acogida». Les toca ustedes decidir qué significado de miserable le va bien a cada uno de los personajes de esta triste historia.

*Catedrático de Ética