Todos sabemos cómo se las gastaban los viejos censores, no hace demasiados años, a la hora de dar cera y pulir cera. Con el fin de salvar nuestras almas pecadoras nos prohibían ver tetas y culos (por no hablar de más cosas) en el cine, en la televisión, las revistas, los periódicos y hasta en la vida real. Eran malos tiempos para la libertad.

Bien entrado el siglo XXI, aquellos viejos censores han perdido poder. Sí. Aunque siguen ahí. Agazapados en las sombras. Esperando a que alguna concejalilla del tres al cuarto muestre sus pechos en una iglesia para llevarla a los juzgados y pedirle un año de cárcel. ¡Patético!

Pero no es de estos viejos censores de quienes voy a despotricar hoy, queridos lectores, sino de los nuevos. De esos pusilánimes que afirman ser progresistas aunque su corazón es tan rancio como el de Torquemada.

Con el fin de salvar a nuestra sociedad de sí misma afirman a voz en grito que un programa de televisión es machista porque contrata a una azafata bella y voluptuosa o tildan de misógina una campaña de publicidad porque usa el hermoso cuerpo humano como foco de comunicación.

Son los mismos perros con distintos collares. Y usan diferentes argumentos para actuar del mismo modo. Al final, los nuevos y los viejos censores pretenden lo mismo: coartar nuestra libertad. ¡Qué triste! H