Bueno, ya hemos pasado unas elecciones. Pienso que ha predominado el sentido común: los ciudadanos han ido a votar, como es su obligación, y han castigado de forma clara y rotunda a políticos y partidos que se han pasado toda la campaña gritando, insultando al adversario, mintiendo, amedrantando a la gente, enfrentando a unos con otros. Han perdido quienes han hecho de todo menos argumentar y convencer. Es una buena lección, una señal de que la democracia tiene un sentido propio y no se deja manipular fácilmente. Pero los políticos son nuestros representantes, no nuestros suplentes. Son los encargados de tomar decisiones que nos afectan a todos, de definir e implementar las políticas públicas. Unas políticas que deben tratar a todos por igual y, si hay problemas, pensar primero en quienes menos tienen. Eso es lo que denominamos justicia. Les pedimos que para ejercer su representación sean justos, honestos y responsables. No todos son iguales, hay quienes intentan hacerlo bien, incluso quienes quieren dar ejemplo. Saben que solo así pueden ganar nuestro respeto y confianza.

En una democracia es donde mejor se aprecia que toda responsabilidad es y debe ser compartida. No son los políticos quienes van a trabajar en las oficinas y fábricas, enseñar en escuelas y universidades, curar y cuidar en hospitales y centros de salud. Deben facilitar que hagamos bien nuestro trabajo, pero no inmiscuirse, no intentar colonizarlo. No se confundan, los políticos tienen autoridad política pero no tienen autoridad moral, no son nadie para decidir lo que está bien o mal. Moralmente nadie puede decidir por nosotros. Por eso no podemos dejarlos solos.

*Catedrático de Ética