Cuando alguien se engalana de modo especial, luciendo su mejor ropa para asistir a algún acto importante, el lenguaje coloquial dice que va «de punta en blanco». Aún en nuestros días, es muy común escuchar: «iba de punta en blanco, con su traje nuevo en plan de tiros largos, a un acto de alto copete». Pues bien, he aquí tres frases que nos retrotraen a los tiempos de marcado signo feudal que abarcan desde el siglo XII al XVIII.

La punta en blanco hace referencia a los torneos, duelos o gestas bélicas del medievo, en que los caballeros se presentaban ante el enemigo, encarcelados en sus relucientes armaduras y blandiendo las espadas desenvainadas para intervenir en el combate. El sol al lanzar sus rayos sobre los bruñidos aceros, destellaba resplandores que recordaban el blanco brillar de las estrellas. De aquí que a las lamas cortantes o punzantes se les pasase a denominar armas blancas, independientemente de su tamaño, ya fuesen espadas, alabardas, cuchillos o puñales.

EN LAS LIDES, el paramento de los arneses y el brillo de las corazas y aceros ofrecía una estampa en verdad impactante que, por si misma, declaraba la condición caballeresca del que iba ataviado de esa guisa. Por tanto se podía decir sin temor a engaño, que el que relucía con la punta de su espada en blanco era un noble acicalado con una condición a la que no alcanzaba el pueblo llano.

De ahí el apelativo de ir de punta en blanco que se adjudicaba a un aristócrata pertrechado cuando iba a un combate singular. Seguiremos.

*Cronista oficial de Castellón