Ya ha llegado el mes de febrero, y me hace pensar en el Carnaval. Tengo la impresión de que será un mes en el que veremos una gran exhibición de enmascarados, pero como ya somos modernos no desfilarán por las calles sino por los televisores, por las radios, por los ordenadores.

Las máscaras tradicionales eran festivas, inocentes. Ahora son algunos políticos destacados los que forman parte de una rúa carnavalesca. Y a menudo no lanzan al público unos inofensivos papelitos de colores, sino palabras gruesas, e incluso insultos a quienes circulan con otras carrozas. Creo que estaremos de acuerdo: las carrozas que actualmente desfilan ante nosotros son diversas, como corresponde a un buen espectáculo. Me parece que esta diferencia es visible.

Hace muchos años, Balmes, pensador y sacerdote, escribió este aviso: “¡Ay de los pueblos gobernados por un poder que tiene que pensar en la propia conservación!”. No hablaba de España ni de ahora, pero hoy es un aviso interesante. Porque España no ha destacado nunca por una vocación pactista que sí han tenido algunos países de Europa a lo largo de la historia.

Este febrero no parece muy pacificador. Al contrario. En el calendario romano modificado, febrero era un mes dedicado a los rituales pacificadores. Ahora me parece más adecuado relacionar febrero con la fiebre. Todos los indicios apuntan a que este será un febrero febril. La autorregulación térmica que funciona en nuestro cuerpo no siempre funciona en política. Y es inquietante que febrero se retire ante marzo. Ya es sabido que Marte es el dios romano de la guerra. H