La semana pasada, tras una apetitosa comida, se sirvieron pilotes de frare, para acompañar el café. Uno de los comensales recurrió a una parodia invitando a buscar apelativos de postres escatológicos y rijosos, y la verdad es que la chancera propuesta dio de sí una no escasa lista en la que, curiosamente, siempre había una conexión clerical: principiando, obviamente, por las tan populares en estos lares pelotas de fraile --más conocidas por su denominación valenciana--, pasamos a las tetas de novicia originales de Chinchón, realizadas por las clarisas, que de inmediato provocaron la mención de los pedos de monja o pets de monja, típicos de Cataluña, y elaborados por un italiano que tenía su obrador en Barcelona. El repostero, en su lengua, denominó al dulce petto di monaca (en referencia a su forma de mama), pero la traducción al castellano o al catalán, se fue más a lo escatológico que a lo anatómico. A los citados añadimos el bizcochón del fraile, genuino de Galicia, adobado con vino; las empanadillas de boniato de Aragón, conocidas como tortas del alma y las galletas del valle de Liébana, cuyo nombre rememora las diatribas de hace 13 siglos, entre el obispo Elipando y el monje beato quien dijo del mitrado que era «el cojón del anticristo».

Y es que en abadías y conventos, aparte de la espiritualidad, parece que también se pretende llegar al cielo endulzando el paladar con pasteles o licores.

*Cronista oficial de Castellón