Se nos acumula la tarea: acabó la Pascua y, con ella, la mona, la célebre munna de los moriscos, una delicia de los pequeños y de los mayores. Se acabaron los catxirulos y casi las vacaciones escolares. Pero queda todavía una segunda fiesta muy popular dentro de cinco días, la de Sant Vicent Ferrer, celebrada en muchas de las poblaciones valencianas de las que Castellón y comarcas guardan buenos recuerdos del paso del santo, de su personal e irrepetible oratoria de masas, de sus innumerables dichos, anécdotas y milagros.

En 1410, año arriba, año abajo, el pare Vicent Ferrer, predicando la Cuaresma, discurrió con su grupo de flagelantes por tierras castellonenses. Rara es la población de la provincia que no guarde algún recuerdo especial de su paso: una fuente que brotó y sigue manando agua, un consejo que todavía se repite, una piedra sobre la que predicó, un milagro…

LO QUE SÍ PARECE indiscutible --lo testimonia la historia-- es que, junto a su fama de taumaturgo, su oratoria era realmente conmovedora. De ello tenemos pruebas escritas, ya que el perspicaz santo llevaba consigo a unos estenógrafos, que consiguieron tomar al pie de la letra sus sermones, estructurados con una lógica aplastante (el santo fue profesor de Lógica en la Universidad de Barcelona) y enriquecidos con original verbo, adornado hasta con graciosas onomatopeyas.

No creo que el sermonario vicentino tenga que envidiar mucho a la homilética actual.

*Profesor