Coincide esta columnita de hoy con el Miércoles de Ceniza, un recordatorio de lo que comenzamos a ser y acabaremos siendo: ceniza, humus, tierra. «Acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás» (Gn.3, 19). Simboliza, pues, la muerte, la conciencia de la nada, la vanidad de las cosas. Pensemos, lector, pensemos en esta larga Cuaresma que es la vida.

Y pensando en la proximidad del Día Internacional de la Mujer, caía en la cuenta de la condición humana, de la igualdad, etc., pero encontré (o, mejor, hallé) un término que, a mi entender, resume la problemática: la dignidad, sin distinción de sexo, consustancial al ser humano, demasiadas veces ultrajada y, en nuestro caso, polarizada negativamente en la mujer. Es el reconocimiento de ser merecedora de respeto. Por ello es justo que se celebre este día como recordatorio para trabajar (no luchar, no me gusta el lenguaje bélico) en favor de este reconocimiento.

La idea de dignidad tuvo un origen religioso, pero el humanismo la incorporó a su filosofía fundamentada en la ley natural. Sin embargo, el reconocimiento jurídico no se produjo hasta la llegada de la Declaración Universal de los Derechos humanos: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». La dignidad humana es, pues, un derecho fundamental. Solo falta cumplirlo. ¡Adelante!

*Profesor