Ciento cinco días, una eternidad. Cuando el domingo, a las 19.30 horas, Castellón o Mestalla saquen de centro, habrán transcurrido casi tres meses y medio sin fútbol en el templo. Una pausa que ni los más viejos del lugar recuerdan. No ha habido play-off, ni tampoco amistosos (por las obras), de ahí la interminable espera... que está a punto de acabar, con el declarado estado de optimismo en Castalia.

Cuando los 12.000 espectadores (más o menos, teniendo en cuenta que el exitoso debut en Sabadell ha permitido alcanzar ya esta cifra de socios) accedan al recinto, tendrán una amalgama de sensaciones un tanto extrañas. Será el mismo coliseo de siempre, aunque cambiado. Mejorado. Las importantes obras, focalizadas, principalmente, en ambos goles, ha renovado la fisonomía de los dos fondos, plasmadas esas nuevas butacas que dibujan el PPO! (sur) y el 1922 (norte) avanzadilla de los próximos cambios en preferencia y tribuna.

Lo que no ha cambiado el estado perfecto del césped, ese en el que los jugadores, el 19 de mayo, festejaron una permanencia que permanece y permanecerá imborrable, por cómo fue ese encuentro y por el desarrollo de todo el ejercicio: el gol de falta de César Díaz en el 2-1 al Barcelona B y el pitido final, el inmediato empate del Conquense en El Collao, los interminables minutos de espera a que terminase el encuentro del Alcoyano para certificar la permanencia matemática...

Desde ese día, el albinegrismo ha asistido primero al impasse motivado por el proceso de compra de las acciones del grupo de Vicente Montesinos al de José Miguel Garrido; a la paulatina construcción de un proyecto que conservaba la esencia del anterior (el entrenador y una docena de futbolistas); a ese peregrinaje por la provincia, pero también por Teruel, Valencia y Alicante, para los amistosos... Todo para que llegase el pasado domingo y el Castellón superase con nota el exigente examen en Sabadell.

Así da gusto volver a casa. Como si no hubiesen transcurrido esos 105 días. Un regreso al hogar cada 15 días sin la angustia ni los miedos al descenso de antaño. Por eso el cartel de Bienvenidos a Castalia suena tan bien.