El Castellón, a 10 jornadas del final, es colista y tiene la salvación directa a seis puntos y el clavo ardiendo del play-out, a cuatro. Ahora sí que cunde el pánico, no solo por la situación clasificatoria, sino por las sensaciones que transmite un equipo presa de la angustia, que ni tiró a portería en la final de las finales en Paterna, en casa del colista y peor equipo como local del grupo (1-0).

Este equipo no tiene fútbol, ni estilo ni nada. Desastre absoluto en el Antonio Puchades, donde el Castellón naufragó sin remedio para cavar aún más honda su fosa, camino irremediablemente hacia Tercera, salvo un milagro. Ni rastro de ese Castellón que con tanta personalidad jugó frente a Villarreal B, Atlético Baleares, Ebro u Ontinyent, impulsado por los refuerzos de invierno y el florecimiento de otros jugadores que crecieron a la vez. Veintitantos fichajes después, se agarra a las paradas de Álvaro Campos y a la irrupción de Pablo Roig, insuficiente para hacer frente a los numerosísimos déficits del equipo, carente de cualquier tipo de recursos, agravado por las ausencias de Joseba Muguruza o David Cubillas. El que sea creyente, que empiece a rezar o a encomendarse a la Lledonera. Y el que no, pues también.

La habitual puesta en escena del Castellón, casi siempre prometedora, duró apenas cinco minutos, hasta que el Mestalla encontró el balón y los albinegros se replegaron. Cano presentó un once rejuvenido y muy cambiado, sin delanteros de referencia por la lesión --y sanción-- del capitán y los problemas físicos de Jairo Cárcaba. Regreso a los tres centrales (Paco Regalón, Carlos Delgado y Eneko Satrústegui), con Rubén García y Julio Delgado en los carriles; en la medular, un rombo con Antonio Caballero haciendo de Rafa Gálvez, los dos Rubenes, Díez y Ramos, como volantes; más Pablo Roig en el vértice más adelantado del rombo. Y en punta, César Díez. En teoría, un equipo construido y articulado para tener la pelota pero que acabó jugando a nada.

El Castellón transmitía muy malas sensaciones. No mezclaba bien el juego en corto con el balón en largo, con el albaceteño luchando siempre en inferioridad de condiciones con la defensa local. Solo cuando el canterano entraba en contacto con el esférico, el juego se ordenaba un poco, puesto que las dos bandas estaban desaparecidas; y Ramos y Díez fallaban en el pase de forma incluso desesperante.

DIEZ MINUTOS... Y A SUFRIR // Once minutos tardó Campos en salir al rescate de los suyos, con un remate a quemarropa de Esquerdo, preludio de dos nuevos avisos de Fran Navarro, uno al cuarto de hora y otro 120 segundos después. Los albinegros sufrían, sobre todo por el costado de Rubén García, a quien le ganaban la espalda frecuentemente. Un Castellón encogido, que no sabía qué hacer con la pelota, con unos futbolistas transmitiendo una inseguridad impropia de un jugador de Segunda B. Una falta lanzada por César Díaz, por encima del larguero, supuso un paréntesis y, a la postre, el único tiro a puerta de toda la matinal.

Antes del descanso, Campos frenaba de nuevo al 9 del Mestalla y a Álex Corredera en sendos remates no peligrosos, pero que corroboraban la neta superioridad del filial che en un primer tiempo en el que la mejor y única buena noticia era el 0-0.

El Castellón siguió a merced de su adversario a la vuelta del vestuario, aunque, esta vez, defendiendo más lejos del área de Campos y minimizando el peligro de los chicos de Chema Sanz, que se estrenaba en el banquillo del Antonio Puchades.

LO DE SIEMPRE // En el minuto 61 el gol revivió la pesadilla de siempre, con varias similitudes con lo que sucede últimamente.

Por ejemplo, que el entrenador rival mueva en el banquillo y que los hombres de refresco sean lo que se espera de ellos: revulsivos. Sebas Moyano y Lolo Pla acababan de entrar... para fabricar el gol. Aquel lanzó la falta que, repelida por el poste, llegó al sector del segundo, más espabilado que los defensores del Castellón. Una falta regalada por Rubén Díez en la frontal, con el jugador del Mestalla de espaldas a portería, justo cuando Cano había sacado a Cárcaba, algo que recordó al empate del anterior domingo: cambio en un saque de esquina en contra y gol del Atlético Levante.

Si la situación era delicada, más aún entonces. El Castellón tenía media hora para no volver a ser el más torpe del pelotón, al menos con un empate redentor, pero atacó de forma atropellada, reduciendo su peligro a una falta en el semicírculo del área che con un César Díaz incapaz de superar la barrera (min. 72) y un remate en semifallo de Cárcaba que ni siquiera direccionó la pelota hacia los tres palos (min. 85).

Mientras Sanz hacía cambios ganadores, Cano contribuía al galimatías del Castellón, con Díaz y Cárcaba distanciado del más cercano de sus compañeros en decenas y decenas de metros, con unas permutas ininteligibles y que no aportaron nada, más allá del carácter que imprimió Gálvez, metido en todos los fregaos.

De llegar algo, hubiese sido el 2-0, con una buena mano al disparo de Sebas Moyano. El partido murió en el 94, entre protestas al árbitro, los rifirrafes en los que el bisoño Mestalla tiraba de picardía y el Castellón parecía el pipiolo. Derrota justa, sin más: cuando no tiras ni a puerta en un partido como este, estás muerto.

LAS IMÁGENES DEL FINAL // El partido concluyó con las lágrimas desconsoladas de Antonio Caballero; el tímido y lejano saludo de los albinegros al grueso de los 250 aficionados que obtuvieron entradas, muchos de los cuales les respondieron con el «esta camiseta no la merecéis»; y los gritos de «queremos once Campos», en alusión al único y triste sostén de este Castellón, camino de regreso a Tercera División... salvo milagro.