Cada uno tiene sus gustos y opiniones, y yo respeto todas las suyas. Pero claro tengo la mía. Hoy me apetece hablar de derbis. Me considero un apasionado del fútbol internacional y no tengo la costumbre de ver demasiados partidos de LaLiga española, quitando los estrictamente profesionales y los Clásicos. Me puede más el frikismo o lo menos manido.

He debatido mucho sobre derbis con compañeros de profesión, entrenadores y amantes del fútbol. Y para mí, ni Roma-Lazio —y eso que soy una romanista confeso—, ni el River-Boca bonaerense, ni el Arsenal-Tottenham londinense, ni el Galatasaray-Fenerbahçe de Estambul... solo se le aproxima el Real Betis-Sevilla. Para mí no hay color. El derbi más bonito del mundo es el clásico de Génova, el derbi della lanterna, el que enfrenta a Sampdoria y Genoa. Un partido con mucho colorido en las gradas, pasión y una tensión que se corta en el ambiente, sean de la nacionalidad que sean sus protagonistas, porque en ocasiones apenas hay ni italianos ni genoveses en el campo.

Estuve Sampdoria-Genoa en 2007, en un 0-0. Pero cómo lo disfruté. Recuerdo que en los primeros 25 minutos no se dieron ni tres pases seguidos por los nervios, la presión y las faltas. Un vaivén de ocasiones, las aficiones no paraban de animar y el sonido ambiente no te dejaba ni escuchar al vecino de butaca.

Confieso que este año vi en diferido el Sevilla-Betis, ese espectacular 3-5, lo más parecido al derbi della lanterna, pero con goles.