Confesaba el otro día la centrocampista Paula Fernández que cuando se inició el Mundial en la Bretaña francesa la posibilidad de llegar a la final se contemplaba como «algo utópico, un sueño». Pues bien, el sueño se cumplió. Y ayer, en la final frente a Japón, tocó despertar. Fue un despertar duro, brusco, destemplado. Y no solo porque el intachable campeonato realizado por el conjunto de Pedro López había disparado las expectativas, sino porque, además, en la primera media hora de partido solo existió un equipo sobre el césped. Y no era el que acabó ganando.

La victoria final de las niponas (1-3) confirma la hegemonía asiática en la categoría y corta la racha del fútbol femenino español de categorías inferiores, que en los últimos meses había conquistado las coronas europeas sub-17 y sub-19. Pero aquellos triunfos no tuvieron, ni de lejos, la repercusión que sí ha tenido esta plata, un hito que sin duda marcará un punto de inflexión.

España entró muy bien en el partido. Los precisos desplazamientos largos de Patricia Guijarro encontraban casi siempre a la infatigable Eva Navarro, que en la punta derecha del ataque se convertía en una pesadilla para la ordenada defensa nipona. Pero los minutos iban pasando sin que el dominio y las ocasiones se transformaran en goles.

No había en el partido apenas noticias de Japón, hasta que en el minuto 38 Miyazawa se sacó de la bota derecha un disparo delicioso que pasó por encima de la mallorquina Cata Coll. España acusó el golpe; en los últimos cinco minutos de la primera parte sufrió más que en los 40 anteriores, y no se fue al vestuario con una mayor desventaja gracias a que Coll evitó un gol cantado de Endo.

La segunda parte fue una película diferente. La urgencia desdibujó el juego del combinado español, incapaz de mantener el control. Las japonesas aprovecharon las imprecisiones de sus rivales apuntalando su victoria con dos goles de Takarada (m. 55) y Nagano (m. 64). El castigo ya no solo se antojaba injusto; era atrozmente cruel.

ACARICIANDO EL MILAGRO / A partir de ahí, el corazón empujó más que la cabeza a las españolas. Y fue el corazón el que empujó a Candela Andújar a cazar un buen centro en el segundo palo para batir a Stambaugh en el minuto 70. Quedaba tiempo para intentar un milagro que parecía imposible y que habría estado al alcance de la mano si en el minuto 72 un disparo de Claudia Pina que salió repelido por el travesaño hubiera ido solo un par de centímetros más abajo.

El subcampeonato no es, para nada, un logro menor. En septiembre llega el Mundial absoluto. Y España volverá a estar ahí.