Andaba el derbi dormido, un poco en tierra de nadie, en un ir y venir del balón que invitaba a la modorra si no fuera por el frío, con el Barça recostado sobre el gol de Suárez y el Espanyol queriendo creer que estaba vivo, que lo estaba, y que quién sabe, igual sonaba la flauta si chutaban alguna vez a puerta. Hasta que el balón cayó a Messi. Y la noche se iluminó. En medio de un universo de piernas y botas, un pie diminuto fue avanzando entre giros imposibles, izquierda, derecha, derecha, izquierda, y chutó. No marcó. Ni falta que hacía después de lo que hizo. Su querido amigo Suárez remachó otra gran obra del mejor. Ya nada fue igual. A la que Leo levantó la voz, se acabó un derbi y empezó otro, que dejó al Espanyol por los suelos (4-1). Tras su recital, Luis Enrique decidió anticipar sus vacaciones navideñas y también las de Neymar, Luis Suárez y Piqué (no jugarán la Copa frente al Hércules).

‘CRACK’ // No hay fórmula que pueda con el 10. A la que le dio por ponerse a jugar, después de andar un rato como si no estuviera, el Camp Nou se despertó de golpe y se subió al dragon khan, con Messi acelerando y quedándose quieto, subiendo y bajando, en un recital que, por repetido, no deja de ser excepcional. Fue apenas media hora. Pero esos 30 minutos valieron por horas de fútbol. Y al lado, el mago Iniesta.

El derbi acabó como casi nadie esperaba por esa final explosiva. El Espanyol sufrió mayor condena de la que merecía, ni que fuera por su buena disposición, que le valió hasta que le dio la gana a Leo. En esa caída en picado hubo otra pieza determinante. Estaba bajo los palos y a la que le crujió la rodilla, la portería se hizo mucho más grande. Diego López es media vida para el Espanyol. Robertó murió de mala manera, vencido más de la cuenta.