Cuando Fran Escribá fichó por el Villarreal a escasos días de jugarse el pase a la Champions sabía a lo que se enfrentaba. El técnico afrontaba el gran reto de su carrera llegando a un club puntero en Europa, pero con poco tiempo y muchos lesionados para afrontar dos encuentros que iban a marcar buena parte de la temporada. El equipo fue eliminado entonces por el Mónaco y apenas se escucharon voces críticas contra el entrenador. No hubiera sido justo señalarle.

Después de casi cuatro meses al frente, la situación ahora es distinta. El entrenador ya ha tenido tiempo suficiente para dejar su impronta, aunque quizá esté pagando caro el liderar la transición que llevaba implícita la salida de Marcelino, que estuvo tres años y medio en el Villarreal.

El caso del valenciano recuerda a quien suscribe al de Ernesto Valverde, que llegaba al Villarreal después de cinco temporadas brillantes en el equipo amarillo.

El actual técnico del Athletic ha demostrado con el tiempo ser un gran entrenador. En el Villarreal quizá faltó paciencia para que lo demostrara, pero si algo escasea en el fútbol es precisamente tiempo, para lo bueno y para lo malo, pues el jueves llega el Steaua en toda una final europea y no hay tiempo para pensar en la triste imagen de Leganés.

Digo lo dicho porque actualmente el Villarreal está lejos de ser el equipo temible y temido de no hace tanto —incluso de hace semanas diría—, pero puede y debe volver a serlo cuanto antes.