Una fase de clasificación inmaculada (nueve victorias, un empate y ninguna derrota) con un fútbol vistoso, una convocatoria de las más completas de la nómina de 32 mundialistas (pese a estar huérfana de estrellas) y el reciente 6-1 a Argentina habían colocado a la Roja, pese a los titubeos de los dos amistosos más cercanos a Rusia 2018, en el pelotón de aspirantes al título.... hasta que Florentino fichó a Lopetegui, a escasas horas del debut, provocando un terremoto insospechado y desconocido, con el presidente de la federación española, Rubiales, destituyendo al vasco, tanto por las formas como por la posibilidad de que el ya exseleccionador pudiera distraerse antes de ponerse a los manos del Madrid posZidane. Lo cual podrá hacer ya, de regreso a España después de dejar la concentración en Krasnodar.

Lopetegui fue el encargado de aportar el tacto y la energía necesarias para rescatar a la triste España, tras sus pobres papeles en el Mundial de Brasil 2014 y la Eurocopa de Francia 2016.

Fue escogido por Villar como sucesor de Del Bosque, gracias a su buena labor en las categorías inferiores. Poco a poco, su España, una mezcla de la vieja (Iniesta, Ramos, Piqué, Busquets, Silva...) con la nueva (Isco, De Gea, Thiago, Koke, Saúl, Marco Asensio, Lucas Vázquez...) fue adquiriendo forma. Tenía ya su estilo, dejando una indiscutible trayectoria camino de Rusia (solo cedió un empate frente a Italia, a domicilio, con 36 goles a favor y tres en contra), devolviendo la autoestima a los futbolistas. Porque lo mejor no han sido, sin embargo, sus números impecables, sino el halo que ha dejado en el camino con una selección moderna en su juego. Una maravilla en su lenta pero segura ascensión, descubriendo registros nuevos. Su liderazgo ha sido acunar a la joven España en la formación de estrellas, tranquilo y enérgico sin alzar la voz. Su discurso ha sido metódico y paciente, cautivando a los jugadores con un mensaje cercano, aunque su salida por la puerta de atrás ha provocado que la Roja entre en erupción.

Y ahora ¿qué?

Fernando Hierro toma el testigo de Lopetegui, en una apuesta continuista pero, al mismo tiempo, diferente. El seleccionador interino tendrá que lidiar con un equipo cargado de minutos y, a la vez, poner fin a algunos de los debates, como la aparente incompatibilidad de Thiago e Isco en la medular o el encaje de Costa, una de las apuestas más personales del técnico vasco.

España cuenta con un bloque versátil, que se sustenta en la seguridad (pese al error frente a Suiza en Vila-real) de De Gea, cuya guardia (Piqué-Ramos-Jordi Alba) garantiza las mejores prestaciones defensivas. Por delante, Rusia asiste, seguramente, a la última función internacional de Iniesta, con Busquets a su lado, con Silva e Isco también como indiscutibles. Las principales dudas radican en el ataque, con un Aspas que ha hecho méritos para merecer más minutos.

No obstante, todo pasa por como asimile la Roja el movimiento sísmico. Pero la competición no espera: Portugal ya está ahí mismo.