Demi Moore (57 años) era la actriz perfecta. Llenaba el patio de butacas en los años 90 y hacía que cada título se convirtiera en éxito. Pero tras esa imagen se esconde una mujer llena de inseguridades, con una infancia terrible y una madurez que desembocó en adicciones y en el desamor.

Así lo refleja la protagonista de Algunos hombres buenos en su autobiografía Inside out. Mi historia (Roca Editorial), uno de los libros más vendidos en EEUU que acaba de llegar a España.

La actriz relata que con 15 años fue violada por un hombre que afirmó que había pagado su madre. «Nunca sabré si Ginny aceptó esos 500 dólares a cambio de que Val pudiera follarme... Pero no me cabe duda de que le dio la llave del apartamento que compartía con su hijas», relata.

También habla de su relación con Bruce Willis, de su vida con Ashton Kutcher, cuya separación volvió a llevarla a los infiernos, y de su adicción al alcohol y a las drogas: «Esnifé tanta cocaína que a punto estuve de abrirme un agujero en la nariz».

De su infancia dice: «El amor que recibí de niña fue perverso, y por eso acabé relacionando amor con sufrimiento». Y de las dudas previas a su primer matrimonio, con 18 años, asegura: «No quería aceptar que iba a casarme solo para olvidar, por unos días, el dolor de la pérdida de mi padre».

Su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por las adicciones y discusiones de sus padres, y tuvo que intervenir impidiendo el suicidio de su madre. «Esa noche, algo cambió en lo más profundo de mi ser. Mi infancia había terminado», explica.

Moore confiesa que le horrorizaba la idea de ser como sus padres y beber sin control, una adicción que llegó con su primer papel en televisión y de la que ha salido y entrado según las dificultades de la vida. La cocaína también fue su compañera.

En 1987, Bruce Willis, el padre de sus tres hijas, llegó a su vida. Unidos por una infancia difícil, la pareja se entendía a la perfección y decidieron casarse. «Me hacía sentir como una princesa», dice. Pero los traumas personales de ambos no tardaron en aparecer y cuando su hija mayor, Rummer, solo tenía 2 años, aparecieron las primeras grietas en una relación que se rompió, pero que no ha dejado de ser amistosa.

Se separaron en 1998, después del estreno de una de sus películas más controvertidas, Striptease (1996), que le hizo obsesionarse con su cuerpo para aparecer espléndida en pantalla. «Seguí una dieta muy estricta y restrictiva; para desayunar tomaba media taza de avena y la mezclaba con agua; el resto del día me alimentaba a base de proteína y de un poco de verdura. Y nada más», explica.

Luego llegó La teniente O’Neill (1997) y su obsesión por un cuerpo perfecto la llevó a lograr unos músculos descomunales. «Cierto día, mientras me duchaba, tuve una epifanía: quiero volver a ser como soy. Ya no quería morirme de hambre», confiesa.

Tras apartarse del cine para cuidar a sus hijas, la actriz regresó a la interpretación con una imagen espectacular y una nueva relación: un actor 15 años más joven, Ashton Kutcher. A pesar de que no eran muchos los que les auguraban largo futuro, la relación duró más de seis años. La pareja no dejaba de demostrar lo mucho que se divertían juntos en las redes. La actriz desvela que su máximo deseo era tener un hijo juntos, pero sufrió un aborto a los seis meses, lo que la sumió en un gran dolor.

Después llegarían varios tratamientos de fertilización que no fructificaron, y las noticias sobre las infidelidades de él volvieron a sumirla en la desesperación: «Conocí al hombre de mis sueños, no me despegué de él y se convirtió en mi adicción». Una reflexión que le llevó a darse cuenta de que la relación con sus hijas -Rummer, Talulah y Scout- se había deteriorado, aunque ha logrado recuperarla y a ellas les dedica el final del libro. «Mis amores, mis ángeles, mi razón de ser. Mujeres espléndidas, dinámicas, sensatas, inteligentes..., no puedo sentirme más orgullosa de vosotras. Gracias por regalarme vuestro amor, apoyo y ánimos para escribir este libro», concluye.