La justicia en el caso de Harvey Weinstein tiene desde ayer un número: 23. Esos son los años de cárcel a los que fue sentenciado el que fuera titán de Hollywood 16 días después de que un jurado popular lo condenara por los delitos de agresión sexual en primer grado y violación en tercer grado. Y la decisión del juez James Burke de imponer una dura sentencia, mucho más cerca del máximo de 29 años que del mínimo de cinco que fija la ley en el estado de Nueva York en este caso, lanza una señal clara ante la que el único «confundido», por usar las palabras que pronunció el sentenciado en voz baja en la sala antes de conocer su destino y salir esposado en silla de ruedas, es el propio Weinstein, ya registrado por las autoridades como un agresor sexual.

cientos de mujerres / La sentencia, de tintes históricos, es la primera de una era en Estados Unidos, la del MeToo, que justamente se puso en marcha cuando en octubre del 2017 The New York Times y The New Yorker levantaron la tapa que durante décadas había permitido a Weinstein llevar una vida de agresiones sexuales y de poder.

La existencia de esa cloaca y de su particular monstruo era vox populi en la industria. Y no pasó nada hasta que primero unas cuantas mujeres, luego cerca de 100, hablaron en público. Decenas fueron a los tribunales civiles y otras a los penales. Y lo han conseguido, enviando a prisión a un hombre que la semana que viene cumplirá 68 años y cuyos problemas de salud tienen el potencial de convertir de facto la sentencia en una cadena perpetua.

Era impactante y poderosa la imagen, la mañana de ayer, de la primera bancada tras la fiscalía: ahí estaban Mimi Haley y Jessica Mann, la asistente de producción a la que Weinstein sometió a un cunnilingus forzado en el 2006 y la aspirante a actriz a la que violó en el 2013, actos por los que ha sido condenado.

Junto a ellas y al fiscal Vance se sentaban también las otras cuatro mujeres que testificaron en su contra durante el proceso: Annabella Sciorra, cuyo relato de una violación hace casi tres décadas no convenció al jurado y evitó a Weinstein una condena por agresión sexual depredadora, y Tarale Wulff, Dawn Dunning y Lauren Young. Esta última es una de las partes clave en la otra causa penal que Weinstein tiene pendiente por dos agresiones sexuales a dos mujeres en dos días consecutivos en Los Ángeles.

Al escuchar la sentencia las mujeres se abrazaron y lloraron. Haley recordó las «cicatrices profundas, mentales y emocionales, quizá para siempre, quizá irreparables», que le dejó Weinstein y contó cómo, pese a haber llegado a sentir «pena» por él durante el proceso, esta se transformó en «ira» al ver «su falta de remordimiento». Mann, que sufrió la violación dentro de una relación sexual consentida con Weinstein, repasó también los efectos del trauma. «La violación no es un momento de penetración, es para siempre», dijo la mujer, para acabar proclamando: «Ya no tengo vergüenza. He encontrado mi voz».

Sus declaraciones fueron mucho más firmes que la de Weinstein. En su intervención, mostró «remordimiento» pero también para insistió en que «tenía la impresión» de que mantenían una relación amistosa y aseguró que pasó «momentos maravillosos con ellas». También para, como suelen hacer los agresores, retratarse como víctima.

Incluyendo como referencia la «caza de brujas» en EEUU Weinstein aseguró que «miles de hombres y mujeres están perdiendo las garantías legales» en el país ante acusaciones de carácter sexual. Habló de «crisis» y dijo que está «totalmente confundido» por lo que le ha pasado. El juez le señaló que «es la primera sentencia, pero no la primera ofensa». Y luego la dictó: 23 años de cárcel, ya palabra de ley.