Durante los 60 largos días de emergencia por la pandemia del coronavirus no ha habido ninguna colaboración entre la mayoría de Gobierno y la oposición en la gestión de la crisis sanitaria, social y económica. El presidente de la República, Sergio Mattarella, había sugerido implicar a los opositores a causa de la magnitud de las medidas, pero ha resultado completamente imposible, principalmente a causa de las piruetas del peculiar Matteo Salvini, líder de la Liga, que ha intentado rentabilizar políticamente consensos de la pandemia. El resultado ha sido la pérdida de 10 puntos electorales del partido de Gobierno (del 36% al 26%), según los sondeos.

En 60 días, Salvini ha pedido el cierre de las fronteras (11 de marzo), amnistías fiscales y de la construcción ilegal (27 de marzo y 6 de abril) y la «apertura de todo» (27 de marzo). También ha exigido el «cierre de Europa» y de Italia (21 de febrero) y, el mismo día, la apertura a los turistas.

El ultraderechista también quiso las iglesias abiertas por Pascua (el Papa las había cerrado para evitar la propagación del virus), pidió entregar 1.000 euros a cada italiano para veranear en el país y también se paseó por Roma con su compañera (15 de marzo) cuando los italianos estaban ya confinados. ROSSEND DOMÈNECH

El estallido de la epidemia del coronavirus pilló a la clase política británica desarmada; el Parlamento, cerrado por vacaciones; la oposición, sin líder, y un primer ministro contagiado que acabó en la uci. Con Boris Johnson fuera de juego mientras la cifra de muertos se disparaba, el papel del Gobierno se redujo a mantener el tipo, esperando el retorno del jefe.

En las conferencias de prensa diarias, la debilidad de los miembros del actual Gabinete ha sido evidente. Los ministros, inadecuados, sin experiencia, fueron elegidos así a propósito por Johnson y un círculo de asesores, encabezado por Dominic Cummings. Pero tanto Johnson como Cummings resultaron contagiados y la toma de decisiones se aplazó.

En estas circunstancias excepcionales, los partidos de la oposición han respaldado el confinamiento decretado por el Gobierno. El país pasa por momentos tremendos y cualquier crítica que pudiera interpretarse como un intento de sacar beneficio político de la baja de Johnson hubiera sido condenada por los británicos. Pero sí han pedido cuentas sobre las deficiencias de la gestión, en la misma línea que los independentistas escoceses, habitualmente más beligerantes. El debate sobre los errores de gestión se ha aplazado. BEGOÑA ARCE

El coronavirus ha puesto en cuarentena las reglas clásicas del combate político, y en Francia la oposición hace equilibrios para hacerse oír en un espacio mediático dominado por ministros y expertos sin romper la unidad nacional que ha pedido el presidente Emmanuel Macron.

Salvo los partidos que le apoyan, todo el arco parlamentario critica los errores, la falta de preparación, los mensajes contradictorios y la poca transparencia que ha mostrado el Gobierno en la gestión de la crisis. El tono es exigente pero constructivo.

El Partido Socialista ha presionado para que se actúe con claridad y se ponga en marcha una «economía de guerra» que proteja a los más vulnerables, mientras que la ultraderecha ha ido modulando su discurso. A diferencia de la alemana AfD, Marine Le Pen ha pedido respetar el confinamiento y orienta sus dardos a la forma más que al fondo de las medidas. No le puede reprochar a Macron un discurso soberanista y protector que ella misma defiende.

Aunque su voto no sea vinculante, el Gobierno ha recibido un serio toque de atención del Senado al haber rechazado el plan de desconfinamiento. Los más duros son los ciudadanos: un sondeo revela que el 61% no confía en el Ejecutivo. EVA CANTÓN

Profunda envidia siente Pedro Sánchez cuando mira hacia el oeste. Allí, en Portugal, su homólogo político e ideológico, el primer ministro socialista António Costa, cuenta con la absoluta colaboración de la oposición, que desde el primer minuto ha entendido que el país se halla en una situación de absoluta excepcionalidad y emergencia sanitaria, social y económica.

Por eso fue tan rotundo el jefe de la oposición, el socialdemócrata Rui Rio, del SPD, cuando cinco días después de decretarse el estado de emergencia, dejó claros sus postulados de la gestión política ante la pandemia. «En todo lo que nosotros podamos, ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte, porque su suerte será la nuestra, la de Portugal», sentenció en el Parlamento. Costa se agarró al cable y también a los consejos de los sanitarios. «Nosotros, que comenzamos más tarde, debemos aprender de los otros países y ahorrarnos etapas aunque parezca que pecamos por exceso».

Una labor que, por lo que dicen las cifras, parece que ha dado sus frutos: Portugal no llega a los 1.100 fallecidos por coronavirus y, aunque su población es mucho menor que la de España (poco más de 10 millones), si se entra en cifras porcentuales, el balance, es mucho más favorable.

En Alemania, con unas elecciones federales previstas para septiembre del próximo año, la gestión de la pandemia no solo está condicionando los cálculos políticos de cada uno de los partidos del arco parlamentario, sino también la carrera por la sucesión de Merkel. Ello significa que, tras un primer momento en el que los partidos y las diferentes familias de la CDU cerraron filas en torno al Gobierno de gran coalición, y una vez superada la primera fase de la crisis sanitaria, los actores políticos comienzan a tomar posiciones con la vista puesta en la cita electoral.

Los que primero acabaron con su tregua fueron la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) y los liberal conservadores del FDP. Como tercera fuerza más votada, AfD lidera la oposición parlamentaria a la gran coalición. Ello le permite abrir las réplicas en sesiones de control parlamentario, ocasiones que no desperdicia para sacar su dialéctica más agresiva contra la cancillera. Los Verdes y La Izquierda han mostrado hasta ahora un espíritu cooperativo. Los ecoliberales han caído varios puntos en las encuestas, lo que les obliga a volver a buscar un perfil propio y crítico con el Gobierno. Los Verdes aparecen como el posible socio de coalición de la CDU post-Merkel. ANDREU JEREZ