Querido lector/a, el fin de semana pasado leí un artículo en un periódico de tirada estatal y con influencia política y social, que hacía referencia a que ahora los príncipes reales, no se casan con princesas. O dicho de otra forma, parece ser que los Guillermo, los Enrique o Felipe de Inglaterra, Noruega, Dinamarca o España no se casan con personas de sangre azul o real, y sí lo hacen con gente normal o plebeya.

Pero lo llamativo, raro e inexplicable del artículo es que el autor viene a decir que esto es posible porque el amor es compatible con el deber y, además, porque esa circunstancia sirve para hacer evolucionar hacia el futuro a unas monarquías que, en caso contrario, perecerían. En consecuencia, después de la lectura aluciné. Así es que por honor a la verdad cabe señalar, advertir e, incluso, denunciar públicamente que la monarquía no tiene evolución posible. Es un fósil del pasado, una forma de gobierno o de Estado, llámalo como quieras, que conseguía el poder y lo mantenía, antes por designación divina y, ahora, por herencia.

Por tanto, es contrario a la razón y a la convención entre ciudadanos, entre personas iguales. Y, si aún existe, es porque en algunos casos están ahí por tradición y, en otros, como España, es porque en un momento determinado de nuestra historia un franquista como Juan Carlos fue útil, ayudando a la Transición y a parar un golpe de Estado. En estos momentos, es público y notorio que en el marco de la UE, por citar un marco geográfico-político, son monarquías parlamentarias que si están y perduran es porque solo ejercen la función de representar al Estado y no tienen poder efectivo sobre la realidad económica, política y social.

Imagino que no irán a más y perdurarán, en estos países, en la medida en que cumplen con su función de no gobernar y de no impedir el gobierno de quienes sí representan la voz del pueblo elegido en elecciones democráticas.

*Analista político