Cuando el golpe de Estado contra la II República, la Unión Soviética vivía el periodo de mayor voracidad tiránica de Stalin . Entonces el vasto país de las repúblicas socialistas estaba sometido a un régimen de terror, sustentado por una tupida red de servicios de inteligencia con tentáculos hasta en el más insignificante rincón del territorio que 19 años antes había sido la Rusia Imperial. En cuanto comenzó la guerra civil española Stalin prestó ayuda al entonces legítimo Gobierno mandando armamento, aviones de combate, tanques, artillería, asesores militares y un nutrido grupo de agentes dedicados a los servicios de inteligencia, duchos en las estremecedoras prácticas de purga política del estalinismo. Es algo más que un eufemismo calificar de ayuda el negocio de la URSS, pagado con creces con el oro de las reservas del Banco de España, cuyas arcas quedaron más limpias que una patena. Enviado expresamente por el dictador soviético, Alexander Orlov , alto oficial del denominado Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, desde el puerto de Cartagena dirigió las operaciones de carga y transporte de los lingotes de oro hasta la base de Odessa, en el Mar Negro. La compra de armas más cara de la historia.

Resulta chocante que en estos tiempos que corren, tibios por parte de algunos y preocupantes a tenor de otros muchos, en los que asistimos al reverdecer con fuerza del enfrentamiento que sumó a España en un baño de sangre entre hermanos, quienes más empeño ponen en hacer su pedagogía, en demasía tiznada de ideología, hablen poco o nada del papel de Stalin, asesino de masas a la altura del que fuere su aliado, Hitler , y de los eficaces servicios de inteligencia soviéticos, tales como el GRU o el NKVD. Sus responsables, llegados en agosto del 36, fueron los autores intelectuales y técnicos de las cárceles del pueblo, popularmente conocidas como checas. Instalaciones dedicadas a la tortura y eliminación del adversario político que, tras probada efectividad en la URSS, importaron la idea desde la gran madre patria del comunismo. Las checas tuvieron su actividad en Madrid y en las provincias valencianas y catalanas. Con la experiencia atesorada en la antigua Rusia tras la Revolución de Octubre, los enviados soviéticos asesoraron en la construcción de estos centros particulares de detención, gestionados por diversas siglas políticas. Ideadas tras la caída de la monarquía zarista, el cometido primigenio era suprimir y liquidar con amplísimos poderes, prácticamente sin límite legal, todo acto contrarrevolucionario o desviacionista, según la teoría leninista. En las numerosas checas españolas se dio rienda suelta a los principios revolucionarios que las inspiraron. Es decir, infamia y barbarie aplicadas de forma implacable a miles de víctimas que tuvieron la mala fortuna de conocer aquellos siniestros espacios de dolor y muerte.

No todos los desafortunados que fueron torturados, vejados y ejecutados en las checas eran personas consideradas de derechas o religiosas. La purga, siempre canalla y arbitraria, afectó a republicanos de diversa militancia, que habían caído bajo sospecha o simplemente por causa de venganza entre propios. El horror de las checas estaba fuera de cualquier control, así sus gestores gozaban de impunidad a la hora de tratar a los secuestrados, oficialmente desaparecidos. Y ese fue el caso de un intelectual al servicio de la República, José Robles , asesinado en Valencia por agentes soviéticos. Aunque existen muchos interrogantes, algunos indicios hacen pensar que Robles pasó primero por la cárcel de extranjeros situada junto al cauce del Turia y después fue trasladado a una checa. Saco a colación el caso de José Robles por el calado del asunto y a modo de ejemplo gráfico de hasta dónde llegaba el poder soviético en territorio español durante la guerra civil, sobre todo en la retaguardia.

José Robles era amigo personal de John Dos Passos y traductor, entre otras, de la monumental novela del autor norteamericano, Manhattan Transfer . Nacido en Galicia, Robles trabajaba en el departamento de lenguas romances de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Estados Unidos. Hombre de izquierdas, el golpe de estado lo pilló en Madrid disfrutando de las vacaciones junto a su mujer e hijos, como solía hacer todos los veranos. Inmediatamente se puso al servicio de la República y fue nombrado jefe de prensa del Ministerio de la Guerra, con el empleo de teniente coronel. Entre otros idiomas hablaba ruso, según él para poder leer a Pushkin . Circunstancia que sirvió para que lo destinaran como traductor del general Vladimir Gorév , responsable de la inteligencia militar de Stalin en la embajada soviética. A los cuatro meses de iniciada la contienda, el Gobierno decide trasladarse a Valencia y Robles se instala en el hotel Metropol, donde más tarde es detenido, desapareciendo para siempre, sin dejar rastro. Este extraño y clamoroso caso—al igual que otros muchos—de aberrante carta blanca de los aparatos stalinistas en territorio español, propició una de las más sonadas rupturas entre dos grandes del periodismo y la literatura: John Dos Passos y Ernest Hemingway . Dos Passos dio una lección de coherencia y valentía, Hemingway todo lo contrario.

Dos Passos puso todo el empeño en encontrar a su amigo Robles, incluso llegó a entrevistarse con el ministro Álvarez del Vayo , quien no supo dar respuesta. El escritor no podía entender cómo un alto cargo de la República desaparecía tras ser detenido por agentes soviéticos y nadie movía un dedo para esclarecer el caso. En su desesperación, Dos Passos asiste a una recepción ofrecida en Madrid por la embajada de la URSS en homenaje a las Brigadas Internacionales. Entre bandejas de caviar y botellas de vodka intenta sacar información a los altos cargos soviéticos logrando soliviantarlos. Su gran amigo Ernest Hemingway, muy bien relacionado con los funcionarios de Stalin, asiste al evento con su pareja sentimental, la periodista Martha Gellhorn , y mientras toman copas le acaba confirmando la muerte de Pepe Robles. Al tiempo le aconseja que deje de indagar en el asunto y se centre en el trabajo que lo ha traído a España. Decepcionado y tras un cruce de palabras cargadas de tensión, Dos Passos abandona la fiesta y a la mañana siguiente irrumpe en la habitación 109 del hotel Florida, en la que está alojado Hemingway. Allí acaba la amistad de años. El periodista de The Times , tras reprochar la actitud complaciente, incluso cómplice, del autor de Adiós a las armas , en su relación de cercanía con los soviéticos y recordarle que éstos actúan con absoluta impunidad ante la cobarde permisividad del Gobierno español, anuncia que se queda en España como corresponsal de guerra. Desde ese momento Dos Passos experimenta una transformación ideológica que imprime verdad y realismo a sus crónicas, distanciándose del adoctrinamiento del que están impregnados algunos colegas de tribu, entre ellos Hemingway. Pero nunca llegó a averiguar qué pasó para que los enviados de Stalin decidieran asesinar a un eminente intelectual español y alto funcionario de la República. Ya que estamos metidos en la Memoria Histórica, esta parte también debe contarse. La de Stalin y sus esbirros. H

*Periodista y escritor