Creo que son cuatro las cualidades reconocidas por el tacto: calor, frío, sequedad y humedad. En esta meditación me encuentro de buena mañana a la orilla del mar cuando, por arte de birlibirloque, mientras intento plantar mis torres y castillos de arena, aparece el matrimonio que en Castellón son mis proveedores de cintas, faxes y fotocopias y que tienen fama de ser unos consumados especialistas en el arte de la tapa, el tapeo. Y, entre otras cosas, los tres hablamos de lo curioso de los horarios para comer que empleaban los vecinos de estos parajes en la Edad Media. Por su parte, el novelista Noah Gordon me asegura que lo mejor es levantarse a las seis, comer a las diez y cenar a las cinco. Y si a la cama vas a las diez, hace que todos vivan diez veces diez.

El matrimonio visitante me decía por su parte que la costumbre de tapear se lo debemos al rey Alfonso X el Sabio, quien impuso el hábito en los mesones castellanos. Al parecer, el monarca ordenó que en su reino no se sirviera vino si no era acompañado de algo de comida para evitar así que el alcohol se subiera a la cabeza. Una lonja de jamón, algunas rodajas de chorizo o una porción de queso, cumplían el cometido. Se servían encima de la jarra de vino tapando el recipiente para impedir la entrada de insectos, polvo o arena y de ahí la palabra tapa. Así empezó la historia y así lo define la Real Academia Española de la Lengua: “cualquier porción de alimento sólido capaz de acompañar una bebida”.

Mis visitantes me hablaron de su disfrute reciente en Andalucía con sus tapas típicas. Es decir, el flamenquín, con rollo de carne relleno de jamón, rebozado y frito. Los capotes, que son montaditos de melva o bonito rebozados con harina y fritos, así como los pinchos de aceituna y boquerón, tan deliciosos al paladar. Sin olvidar, por supuesto, el pescaíto frito.

Se acercaron a la tertulia otros veraneantes vecinos y sin darnos cuenta, hicimos con la imaginación un recorrido por las tapas de todos los rincones de España, tal vez tengan la culpa los actuales programas de televisión tan habituales, cuyos protagonistas son los grandes cocineros y los que quieren serlo, los masterchef. Y aparecen los nombres de bonito escabechado, carcamusas, duelos y quebrantos, zarajos, tiberios, patatas meneás, ancas de rana, cojonudos de la Rioja con huevos de codorniz a la plancha, brochetas de sepia, morrico de cerdo, canaíllas, callos a la madrileña, setas con ajetes, pimientos del piquillo, mejillones, gambas, langostinos o nuestras insuperables sardinas de Castellón a la plancha, tan nutritivas y deliciosas, que igual se pueden acompañar de vino que de cerveza. Y siempre admiten el pan como complemento. Y apareció el nombre de la experta Maribel, de Benicarló, y su gran aportación al prestigio de la alcachofa.

Pero aparte de su aspecto nutricional, el tapeo, el arte de tapear es en sí mismo un acto lúdico, festivo, sobre todo si se hace en buena compañía. H