No escribas otra vez sobre el covid», me suplica mi madre por teléfono. Ella, como yo, como creo que todos, siente el agotamiento de tanta desesperanza sin pausa. «Habla de la gata», me sugiere, en nuestra videollamada matinal. Pienso que no, que no quiero escribir de gatos y menos aún hacerlo de mi gata, porque las mascotas son el fondo de armario del columnista de prensa diaria, pero entonces medito el otro tema que tenía en mente, el del cierre de los bares, y vuelve a entrarme la tristeza.

Le acerco la pantalla del móvil a mi gata, la gata Christie --perdón, lo siento, no volverá a suceder--, para que mi madre le hable a través del éter. Así de sometidas a ella estamos. La enorme bola de pelo gris y blanca, de 13 años, reacciona entonces clavándome los dientes en la mano, con total indiferencia por los piropos de su abuela y por mis pesares creativos. Queremos mucho a esta gata, que a ratos puede ser cariñosa, a menudo independiente y casi siempre mandona, aunque le cuelgue la barriga y nunca vaya a convertirse en una influencer , como Nala o Grumpy cat, que coleccionan millones de seguidores en Instagram.

Internet, dice el adagio, es de los gatos. El tema ha dado para documentales, para un libro ( A unified theory of cats on the internet , de nada menos que la Stanford University Press), podcasts , y para más memes que estrellas tiene el cielo. Según el portal Statista, en España 3,1 millones de gatos domésticos tienen a bien permitirnos dormir en su casa. Pero me resisto a escribir sobre él. Cuelgo, y sigo pensando en alternativas: Trump , los rifirrafes político-judiciales du jour , el modelo Barcelona, la crisis económica… y de un modo u otro todo me sigue llevando a la pandemia.

Christie salta del sofá que ha ido arañando durante una década, se planta junto a la vitrina donde guardo sus premios conminándome a que le dé uno. En las radios, las pantallas y la prensa. El mundo exterior ruge y aúlla. Pero yo cedo, como siempre, y me inclino sumisa ante el poder de los maullidos. H

*Periodista