A los muchos factores desestabilizadores que confluyen en Europa, se suma ahora el colapso de las negociaciones para formar Gobierno en Alemania. Sus efectos pueden ser devastadores. Angela Merkel, adalid de la estabilidad, puede ver su carrera acortada por no haber podido configurar una mayoría con la suma de su propio partido, la versión bávara del mismo, los liberales y los verdes. La confluencia de partidos tan distintos no era fácil, pero era posible. Todos habían cedido en cuestiones que parecían intocables, pero la inexplicada retirada liberal, tomada al parecer cuando todavía se estaba negociando, ha sido un torpedo en la frágil línea de flotación. Corresponde ahora al presidente Frank-Walter Steinmeier decidir qué hacer. Ninguna de las alternativas es buena. No lo es la de un Gobierno en minoría. Tampoco lo es la repetición de la gran coalición con los socialdemócratas del SPD, que ya pagaron una factura muy severa en las últimas elecciones por haber gobernado con los democristianos. Además, el partido necesita una profunda reflexión interna, que una nueva alianza de gobierno con Merkel impediría. Sin embargo, la peor alternativa es la repetición de las elecciones, algo insólito en Alemania. El beneficiario neto de una vuelta a las urnas sería con toda probabilidad el partido de derecha radical y xenófobo Alternativa para Alemania, que ya en los recientes comicios obtuvo el 13% de los votos. Y la perdedora, la propia cancillera.