La adolescente sueca Greta Thunberg debió de sonrojar a los líderes mundiales asistentes a la Cumbre de Acción Climática convocada por la ONU con la profusión de datos que puso sobre la mesa para echarles en cara que, más allá de las palabras, están «fallando» a las nuevas y futuras generaciones. En el discurso de Thunberg se mezclaron la contundencia de los argumentos con la decepción de los más jóvenes por la inoperancia de los gobiernos y de las organizaciones internacionales, adheridos a compromisos políticamente correctos, pero del todo ineficaces, sin voluntad de cumplirlos o con esfuerzos insuficientes para hacerlo. Un hecho que justifica de largo la pregunta incluida por Thunberg: «¿Cómo os atrevéis?» Resulte o no exagerado el desafío de la joven sueca de que «el cambio viene os guste o no», impulsado por la primera generación que desde la infancia ha tenido noticia de la emergencia climática, lo cierto es que nunca antes quienes deben poner freno al desastre se habían visto obligados a mirarse en un espejo que devuelve la peor de las imágenes. Y es muy posible que a partir de ahora, cada vez con más frecuencia y mayor coste personal, deberán hacerlo, empujados por una opinión pública más de acuerdo que nunca con el diagnóstico de Thunberg: «Nos estáis fallando». La ausencia de la cumbre, o la presencia menos que testimonial, de Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping, es una muestra de desprecio y soberbia. Ninguno de los tres está dispuesto a claudicar, aunque encabezan estados altamente contaminantes y rehúyen la descarbonización.