Pepe Martí , presidente de la Diputación y catedrático de Filosofía, hizo los honores de presentar mi última novela editada, Ilustrísimo canalla (Sargantana 2020). En su intervención, al referirse a la periodista protagonista, Carmina Ferré , recordó aquello que nos enseñaron en la facultad de periodismo: «Buscar la verdad y contarla». A lo que yo añado: «Opinar siempre en pos de la libertad de expresión». Martí es un sabio del pensamiento y una buena persona que ha dejado larga estela de prestigio como docente, granjeándose tanto el reconocimiento como el cariño de los alumnos que a lo largo de casi 40 años han pasado por sus clases. El hoy presidente provincial es un hombre culto y preparado que no necesita de la política para subsistir. Alcalde de Sueras, exdirector del instituto Penyagolosa de Castelló, lleva décadas de honesta complicidad con la sociedad. Y tiene en Kant al gran referente de vida, por lo cual la ética es un todo en su andadura existencial. Precisamente, de ética en mayúsculas está ayuno el general del poder político, más en la línea de Maquiavelo que del filósofo prusiano, que desde la Ilustración tanto influyó en el pensamiento de la Europa moderna. Alivia que Kant sea guía y norte del gestor de una institución pública con poder. La ética es inseparable de los principios.

Alentar desde el poder político a «buscar la verdad y contarla» resulta un estimulante acicate, dados los tiempos que corren para la zarandeada profesión periodística, además de aleccionador ejemplo. Por contra, el anatema al periodista descarriado, que osa opinar en libertad, suele ser moneda corriente entre los políticos profesionales y sus camarillas de asesores, estos últimos revisten gran peligro cuando se convierten en más papistas que el propio Papa al que sirven. A nadie escapa que el mal llamado Cuarto Poder está en horas bajas, víctima de los embates que viene sufriendo, tanto por el enconamiento y gris transformación del mundo de la política, con líderes que suelen cambiar tanto de opinión como de principios, y también por el inquietante Gran Hermano propiciado con las nuevas tecnologías. Es decir, la prensa tradicional está en peligro de extinción y de consumarse el desenlace la democracia, las libertades públicas sufrirían (ya están muy resentidas) un letal torpedo en la línea de flotación. Ben Bradlee , el director del Washington Post que provocó la dimisión del presidente Nixon al destapar el caso Watergate , asegura en sus memorias, escritas hace treinta años, que «no es casual que los mejores periódicos en América sean aquellos controlados por familias para quienes hacer periódicos es una tarea sagrada». Eso es, «tarea sagrada», concepto que ha desaparecido en una actividad que va más allá de la meramente mercantil y empresarial. El periodismo verdadero tiene la función social de contrapoder, en calidad de notario de la ciudadanía, que permite fiscalizar y poner bajo la lupa a los diversos resortes que mueven los hilos de las sociedades. Ahora que la prensa está tocada por el descenso de la publicidad, el sector público, más que nunca, tiene la sartén por el mango. Influyendo en no pocos medios, obligados a seguir la senda de lo políticamente correcto, si quieren mantener un hálito de esperanza, aunque sea malviviendo y dando la espalda a los principios con los que nacieron para fortalecer la democracia.

El periodista de a pie poco puede hacer en solitario, aunque están las redes sociales, es un trabajador que tiene las mismas necesidades que cualquier otro. Necesita de unos ingresos regulares para subsistir y buscar el purismo mediante el mundo digital le puede aportar efímeros momentos de gloria y, al tiempo, llevarle a la ruina personal. No hay que perder de vista que periodista es el que vive de informar y opinar. Internet ha abierto la mayor ventana de expresión jamás pensada, pero el periodismo es otra cosa. La empresa periodística bien concebida sigue siendo necesaria, garantizando un espacio en el que el profesional pueda realmente buscar la verdad para contarla, llevando al pie de la letra los preceptos deontológicos del periodismo. Objetivo irrenunciable que sigue siendo práctica de alto riesgo.

Después está el vuelco interesado de los medios de comunicación al servicio del poder de turno. Ejemplo ilustrativos fue el cese de Antonio Caño como director de El País , en cuanto Iván Redondo , alter ego de Pedro Sánchez , ocupó sillón plenipotenciario en La Moncloa. Eso mismo lo viví yo en otro momento y con diferente poder político. H

*Periodista y escritor