Hablar de democracia en estos tiempos es tanto como hablar de lo que quienes pasamos por la política estamos dispuestos a ofrecer, y de que esperamos de nuestros adversarios. Y si lo que esperan de nosotros o lo que esperamos de los otros se crispa al ritmo de cada tuit.

Nos servimos de la tecnología para volver a formas primitivas de relación humana. Los medios saben lo que venden: conflictos y división. Además, es rápido y fácil. Con demasiada frecuencia, la rabia funciona mejor que las respuestas; el resentimiento, mejor que la razón; la emoción se antepone a la evidencia. Un comentario ingenioso, mojigato, desdeñoso, por falaz que sea, se ve como una opinión sincera, mientras que una respuesta serena y bien argumentada se considera preparada y falsa.

No podemos sobrevivir sin una prensa libre, dedicada a preservar esa fina línea que separa los hechos de la ficción. Pero el entorno actual obliga a menudo a los periodistas, al menos a los que informan de política, a hacer justo lo contrario creando una falsa equivalencia. Significa que, cuando encuentras una montaña que destapar sobre una persona o un partido, debes buscar un grano de arena en el otro bando y convertirlo en una montaña para que no te acusen de parcialidad. Además, los granos de arena convertidos en montañas tienen grandes ventajas: mayor cobertura en las portadas, en los noticieros de radio y televisión, millones de retuits y más difusión en los debates televisivos. Cuando las montañas y los granos de arena son iguales, es difícil discernir el peso de esas equivalencias falsas.

SI UN DIPUTADO socialista renuncia el 30 de julio a su puesto en la Diputación --desde el día de hoy dice en su escrito de renuncia--, no es admisible que cobre el mes de agosto bajo ningún concepto. Esa es la noticia y no hay otra, ni parecida. La respuesta no puede ser el y tú más estableciendo analogías que se parecen como un huevo a una castaña. No hay grano de arena que pueda tapar la montaña. Todo el mundo sabe que está mal lo que ha hecho el diputado de Vilavella -incluidos los de su propio partido--, pero la recompensa inmediata del y tú más es tan grande que seguimos dando por supuesto que nuestras instituciones públicas y el imperio de la ley pueden soportar cada nueva embestida sin que nuestras libertades y nuestra forma de vida sufran daños.

En España vivimos hoy inmersos en un nosotros contra ellos. La política ha quedado reducida a un deporte sangriento. En consecuencia, no ha hecho sino aumentar nuestra disposición a creer lo peor sobre todo aquel que se encuentre fuera de nuestra burbuja.

Hay que hacer mejor las cosas. Tenemos nuestras sinceras diferencias. Necesitamos debates enérgicos. El escepticismo sano es bueno, nos impide ser demasiado ingenuos o demasiado cínicos. Pero resulta imposible preservar la democracia cuando se seca por completo el pozo de la confianza que nos ayuda a distinguir las voces de los ecos.

*Portavoz PP Diputación