A veces, lo que parece una buena noticia es exactamente lo contrario. A los artículos que trompeteaban la irrupción del audiolibro, que trasladaría a España la tendencia en auge en los mercados editoriales más pujantes, les han sucedido este fin de año los balances negativos. Y con ellos, el recuerdo de qué se hizo de aquellos augurios que, hará una década, vaticinaban el sorpasso del libro electrónico por encima del impreso, anunciado para el 2018.

Las cifras son tozudas: la facturación del libro electrónico fue en septiembre del 2019, según los datos más recientes de la asociación de editores de EEUU (AAP), del 10,5% del total. La del audiolibro, un 7% ya. Un 17% del mercado es digital. En España, según la Federación de Gremios de Editores de España, el mercado legal del ebook sigue encallado en el 5% y el del audiolibro se mide en décimas. Aunque, si son ciertas las cifras del Observatorio de la Piratería 2018, por cada consumidor de libros electrónicos legal hay dos que no tienen ningún problema en que su dinero vaya a parar a los fabricantes de dispositivos pero no a los escritores, editores, correctores o traductores.

Editores, libreros y escritores cantan victoria. Esgrimen, vengativos, estas cifras frente a los gurús digitales. Y, sinceramente, en ese relativo fracaso del ebook quizá haya más motivos de preocupación que de euforia.

Entiendo a los libreros: ese negocio nunca será para ellos. Será coto vedado de una, dos o cuatro grandes plataformas. Y podemos consolarnos reconociendo que solo la lectura desconectada puede ser reflexiva, atenta y continuada. Pero qué miope consuelto es celebrar que las pantallas sirvan para relacionarse, o creer que lo haces, ver música, series o cine, informarse o desinformarse, pero solo residualmente para leer novelas o ensayos.

Es una derrota, que al final se mide en tiempo robado de lectura, conversaciones y atención. Mientras hablemos del libro como objeto de regalo pero se haya creado la expresión binge-watching para los atracones de series sin que haya rastro por ningún lado del binge-reading, no hay nada que celebrar.

*Periodista