Pese a bordear desde hace meses el límite de su capacidad de actuación, el Banco Central Europeo (BCE) hurgó ayer en su arsenal de herramientas para lanzar un nuevo paquete de medidas excepcionales ante el «gran shock» que padece la economía de la eurozona por el coronavirus. La institución decidió inundar de liquidez a empresas y bancos, pero su actuación provocó una enorme decepción en los mercados. «La respuesta debe ser primera y principalmente fiscal, no creo que nadie espere que los bancos centrales sean la primera línea», se escudó su presidenta, Christine Lagarde, en un llamamiento casi desesperado a los gobiernos a actuar ante la crisis sanitaria.

Con el telón de fondo de las sempiternas discrepancias entre los países de la moneda única, la francesa argumentó que el impacto de la enfermedad será «grave, pero temporal» si se adoptan las medidas adecuadas «en las próximas semanas, no meses». El BCE bajó su previsión de crecimiento para este año 2020 del 1,1% al 0,8%, pero Lagarde reconoció que la estimación está ya desfasada por la ausencia de datos más actuales, al tiempo que evitó descartar una posible recesión. Su mayor temor es que el proceso de adopción de iniciativas presupuestarias sea «complaciente y a cámara lenta».

La autoridad monetaria, sostuvo, que ha hecho su parte. Así, el BCE aprobó un programa de compra de deuda pública y también privada de 120.000 millones de euros hasta final de año, que sumará de media unos 13.000 millones a los actuales 20.000 millones de adquisiciones mensuales, lejos de los 80.000 millones alcanzados hace no muchos años.

Lagarde dejó entrever que se priorizarán los bonos empresariales para evitar problemas de financiación en las compañías, pero no dejó claro si se cambiarán las reglas para favorecer la deuda pública de los países más afectados, como es el caso de Italia.

CRÉDITO / El banco central del euro también inyectará a los diferentes bancos toda la liquidez que pidan con un interés del -0,5% (devolverán menos de lo que reciban) y suavizará las condiciones de las subastas ya previstas entre junio de este año y junio del 2021, con unos tipos de hasta el -0,75%. Asimismo, las entidades podrán usar sus colchones extraordinarios de capital y liquidez, entre otras medidas destinadas a que fluya el crédito.

La mayor decepción para los inversores y analistas fue la decisión del organismo de no recortar los tipos, al contrario de lo que han hecho otros bancos centrales como los de China, Estados Unidos y Reino Unido.

El problema del BCE es que, al contrario que sus homólogos, apenas tiene margen: los de referencia llevan en el 0% desde marzo del 2016, mientras que la facilidad de depósito (el interés que se impone al dinero que los bancos guardan en la institución) se bajó al -0,5% en septiembre.

En el mercado se esperaba que esta última se redujese al -0,6% y, aunque había dudas sobre la efectividad de la medida, se interpretó que el BCE reconocía implícitamente su impotencia. Lagarde, por supuesto, lo rechazó.

De esta manera, la presidenta del organismo negó que los tipos hayan llegado o estén cerca del nivel a partir del cual provocarían la contracción del crédito en lugar de su impulso. También defendió que las medidas tomadas son las «más eficientes y mejor enfocadas» para afrontar la situación actual y dejó la puerta abierta a nuevas iniciativas.

peaje a pagar / La presidenta, asimismo, subrayó que el consejo de gobierno del BCE alcanzó las decisiones de forma «unánime». Es un mensaje relevante, ya que el paquete de medidas excepcionales adoptado el pasado mes de septiembre provocó una fuerte e inusitada controversia interna por la oposición de los representantes de algunos países como Alemania y Holanda.

En lugar de valorarlo, los analistas interpretaron ese apoyo total al nuevo paquete como el peaje a pagar para no ir más lejos en las medidas realizadas.