Hay dos maneras de divorciarse: civilizamente e incivilizadamente. En el segundo caso siempre hay víctimas, los hijos, que sufren los daños colaterales de una guerra que no les pertenece. En España, según los datos del INE, casi 97.000 parejas casadas deciden al año dejar de serlo (un número que aumentó el 2016 en un 0,3%). Uno de cada cuatro divorcios no llega a acuerdo amistoso y uno de cada 10 es altamente conflictivo. En la mayoría de los casos, el problema es el mismo: el dinero y la consiguiente pelea por su reparto. Estas cruentas guerras parentales afectan, según cifras estimativas de los expertos consultados, a millares de menores cada año.

Lucía del Prado, que hace ocho años levantó la Fundación Filia de Apoyo al Menor, pide a los divorciados que jamás utilicen a sus hijos en la batalla. «En España falta una cultura de divorcio responsable», sentencia. «Tenemos que educar a los niños en la ruptura para que aprendan a no pasar del amor al odio, para que sepan despedirse sin dañar al otro. Los niños de hoy son los padres del mañana. Eduquémosles para que no se dañen a sí mismos y para que protejan a sus hijos, para que no malmetan y para que no generen interrogantes peligrosos», añade Javier Urra, primer defensor del Menor de la Comunidad de Madrid.

Las consecuencias de que un menor viva una guerra parental cruenta son muy serias. «Con el paso del tiempo pueden convertirse en adultos problemáticos, tóxicos, inseguros, celosos y narcisistas», advierte Del Prado, que acaba de publicar el libro Yo no puedo ser dos. Lo padres se divorcian, los hijos no, con testimonios de hijos que pasaron un infierno.

MALTRATO PSICOLÓGICO // «La manipulación de padres a hijos (en caso de divorcio de alta conflictividad) se debería considerar maltrato psicológico y estar incluida en el Código Penal», destaca la especialista tras hacer hincapié en que los críos afectados están invadidos por sentimientos negativos: miedo, tristeza, impotencia, dolor, angustia, frustración, soledad, estrés y culpabilidad. «Se convierten en arma arrojadiza, elemento de discordia, objetos y no sujetos», destaca.

Chavales que pasan años sin ver a uno de sus progenitores. Chavales que se tienen que desdoblar en dos y poner una cara con mamá y otra con papá. Chavales que no pueden confesar a su padre que, por ejemplo, lo han pasado muy bien con su madre un fin de semana. «Hay tantos casos como familias», advierte la experta, que insiste en recordar a los padres y madres que batallan sin piedad en un divorcio involucrando a sus hijos que «no se puede vivir en el odio eterno».