“El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer no competitiva la manufactura estadounidense”. El mensaje lo colgó Donald Trump en Twitter(cómo no) allá por el 2012, cuando nadie pensaba que llegaría ser presidente de Estados Unidos. Ahora que ha sido elegido para el cargo, el país y el mundo viven pendientes de su negacionismo del cambio climático, de la promesa que realizó en mayo de “cancelar el acuerdo del clima de París y detener todos los pagos de dólares de los contribuyentes a programas de la ONU” verdes, así como de su compromiso con “salvar" la industria del carbón y “rescindir todas las órdenes ejecutivas de [Barack] Obama que matan empleos”.

Hay quien advierte que se avecina un "Trumpocalipsis" en lo que a política medioambiental se refiere, una regresión de décadas,mayor aún que la que se vivió durante la Administración de George Bush (que, como la potencial de Trump, estuvo estrechamente vinculada a intereses e industrias de combustibles fósiles). Y no parece que los agoreros vayan desencaminados: el control del Congreso está también en manos republicanas, 32 de los 50 gobernadores son conservadores y 68 de las 99 cámaras legislativas estatales están también bajo dominio republicano. Trump, además, puede nombrar jueces afines que inclinen a su favor los litigios, una de las escasas herramientas que quedarán para intentar frenarle.

Para empezar a comprender los miedos a que Trump derrumbe el régimen de protecciones que se ha construido en EEUU durante los últimos 50 años, y que Obama ha reforzado en sus dos mandatos, basta mirar al hombre que ha escogido para liderar la transición en la Agencia de Protección Ambiental y en políticas de energía y medioambiente. Se trata de Myron Ebell, 63 años, que desde del Competitive Enterprise Institute (en buena parte financiado por la industria del carbón) ha sido una de las voces más estridentes en la negación del cambio climático. Ebell es, entre otras cosas, quien acusó al Papa Francisco de estar “mal informado científicamente” y de ser “analfabeto económicamente, incoherente intelectualmente y moralmente obtuso” por su encíclica medioambiental.

PARÍS Y MÁS

Los temores tienen, además, argumentos concretos. Aunque la firma del acuerdo de París se aceleró para intentar evitar el potencial impacto de la elección de Trump, asegurando que el próximo presidente estadounidense estuviera vinculado hasta el 4 de noviembre del 2020, el republicano tiene varias herramientas para “cancelar” su participación. Una es abandonar la Convención Marco sobre Cambio Climático de la ONU, que George Bush padre firmó en 1992 (y el Senado ratificó), algo para lo que Trump no necesitaría aprobación del Congreso y que le permitiría salirse en un año del acuerdo de París. Podría hacerlo antes, incluso, si el Congreso aprueba una ley pidiéndole que lo haga. O podría no retirarse del acuerdo pero minar su efectividad incumpliendo las metas marcadas por Obama y abandonando reglas, incentivos y programas para reducir para el 2025 la contaminación el 26% respecto a los niveles del 2005.

París es una de sus dianas pero no la única y Trump y el Congreso republicano han declarado la guerra a la ley de energía limpia de Obama, por la que las plantas eléctricas deben reducir sus emisiones un 32% para el 2030. Trump ha prometido también darluz verde a megaproyectos como el polémico oleoducto Keystonle XL, quiere poner fin a una moratoria que Obama impuso en enero para nuevas extracciones en tierras federales (de donde sale el 40% del carbón) y podría reducir inversiones en investigación y desarrollo de energías renovables, así como relajar las reglas endurecidas por Obama respecto a emisiones de vehículos. Los escalofríos de muchos no tienen que ver con las temperaturas cada vez más extremas.