En la puerta de la inexistente Oficina de Información al Veraneante, se han concentrado millones de españoles pidiendo el libro de reclamaciones por los malos modales del sol. Es intolerable, dicen, que un profesional cualificado con su experiencia haya vuelto a superar las temperaturas que tantas protestas habían causado en años anteriores. Para los manifestantes, su contrato indefinido no le da derecho a tratar así al personal, pero tanto la empresa como el trabajador aseguran que cumple con su deber y lamentan las molestias. Estamos trabajando para usted.

Los españoles no somos, como ironizó Cánovas, los que no podemos ser otra cosa. Somos más bien ciudadanos en permanente estado de queja. Pero no vayan a creer que esa actitud nos lleva a apretar las cuerdas al gobernante, a luchar por nuestros derechos y a rechazar que nuestros impuestos paguen a cuatro caraduras por insultarse en televisión. No, hombre, no. Lo nuestro es más protestar por lo inevitable, hablar por hablar, y lamentarnos de que el sol salga indefectiblemente por el este, el muy carca. (En un periódico aparecía hace poco la ciudad del Papa Luna bajo un cielo rojizo, con el sol surgiendo del mar, con un pie de foto que juraba "atardecer en Peñíscola").

El calor es una de nuestras excusas preferidas para el lamento. Que si ha dicho el del tiempo que vamos a llegar a 40°, que si ahora viene otra ola de calor, que si mañana llegaremos al récord... lágrimas de cocodrilo sin cuento. Al fin y al cabo, el verano tiene estas cosas. Unos se quedan en la costa y a continuación, comienzan a quejarse de sus sudores. Otros se escapan a otros lugares, también con playa, y tres cuartos de lo mismo pero lejos de casa. Contradicciones de siempre, todo el año deseando las vacaciones y cuando llegan, se las pasa uno encerrado en la ducha, huyendo del sopor.

Hay gente que sufre con sus vacaciones, mientras otros saben disfrutarlas. Allí donde unos ven una tarde insoportable, otros encuentran una excusa para la horchata y un cielo limpio y radiante, como pintado por Lorenzo Ramírez. Ustedes mismos.