No podemos ni imaginarnos el susto que debieron llevarse los turistas, en Fuerteventura, cuando vieron que les caía encima un denso aluvión de langostas. Venían de Lanzarote. La plaga de la langosta es una expresión antiquísima, porque ya castigó las tierras de Egipto. Por cierto, las plagas más famosas fueron las de origen divino, según la tradición, porque obligaron al faraón a dejar salir de Egipto al pueblo de Israel.

Se dice pronto: más de 100 millones de langostas, en Fuerteventura, un centenar por metro cuadrado. Un movimiento okupa gigante, aunque la ocupación sea temporal. Está claro que a veces es temporal, porque ya se han comido todo lo que había y se marchaban tras dejar los campos pelados.

Una autoridad canaria ha querido tranquilizar a los turistas que aspiraban a pasar unos días tranquilos en la playa. Les ha dicho que las langostas no harán daño a nadie y que no tardarán en desaparecer. Es curioso que sus desplazamientos dependan del viento. Pero es evidente que un insecto pequeño, con un peso escaso, no puede volar centenares de kilómetros por sus propios medios. Necesita un empujón.

No creo que sea para vengarse de aquellas plagas bíblicas por lo que los humanos se dedican a devorar otro tipo de langostas, crustáceos submarinos. Langostas y bogavantes fueron años atrás distinguidas piezas de la gastronomía. Los grandes maestros de la cocina francesa se inventaron fórmulas para prepararlas. Una de les más conocidas fue la mal llamada langosta a la americana. En realidad, era a la armoricana, que es como la preparaban los de Armórica, el nombre que tenía antiguamente la actual Bretaña, donde siempre se han pescado langostas. Pero, claro está, americana es una adulteración muy fácil.

Hoy en día ya se encuentran langostas de vivero. Yo soy poco entusiasta del marisco, pero plásticamente una langosta es un prodigio de formas y colores, rosados, violáceos... Un poeta gastrónomo la definió así: "Cardenal de los mares".