Dice Francisco Camps que ya ha comenzado la campaña para las elecciones de 2007. Otros políticos callan pero piensan lo mismo. Y ustedes disimulen, especialmente si su nombre es Joan Ignasi Pla. Sí, acabamos de salir de una votación y ya piensan en la siguiente, como si las urnas pudiesen ser objeto de fetichismo. ¿Pasión democrática o ansiedad electoral? Adivinen. Lo cierto es que en la era de lo inmediato, la ansiedad se impone por todas partes. El otro día, se daba noticia de la imposición de unas medallas en la Cofradía de Lledó como el "comienzo de una tradición". He ahí el sueño de un político en campaña: queda inaugurada esta costumbre. Casi nada.

Las Olimpiadas siempre han marcado el periodo que media entre unos Juegos y los siguientes. Cuatro años, toda una legislatura. ¡Qué casualidad! Estos atletas de lo mediático que son nuestros políticos van sin descanso de elección en elección, y al final, se confunden la competición y el entrenamiento. Si la campaña es continua, la paz empieza nunca.

Quedan dos años para los comicios municipales y autonómicos, tiempo más que suficiente para conocer a los aspirantes a candidato y aun para cansarse de más de uno. Y por ahí les duele. Falta mucho para los mítines, y antes de agitar los brazos ante la militancia, se trata de usar los codos para abrirse un hueco en las portadas y relegar al banquillo a algún compañeros. Esa modalidad de lucha libre sí es un deporte olímpico, y no la hípica. Dónde va a parar.

Sucede que muchas veces, una vez designado el candidato, este aún no manda. No es que no ha alcanzado el cargo público, que esa es otra. El diccionario es categórico con el candidato --"persona que pretende alguna dignidad, honor o cargo"-- pero también es cruel: "persona cándida, que se deja engañar". La RAE asegura que esta última acepción sólo se utiliza en Argentina y Uruguay. Pero con la mano en el corazón, cualquier candidato sabe que podría emplearse en España o incluso en Castellón. Sobre todo con los aspirantes a candidato.