Estaba leyendo el discurso sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola y poco después las noticias más recientes en la prensa, casi en las antípodas de lo que el filósofo sostenía, justamente cuando en la Epifanía de 1487 pensaba leer las 900 conclusiones para entablar una paz filosófica. Algunas de las aseveraciones del filósofo encierran verdades como puños y, sobre todo, ponen al desnudo la condición humana. “Podrás transformarte a ti mismo en lo que desees […] Podrás descender a la forma más baja de la existencia… o renacer más allá del juicio de tu propia alma”, decía Dios en el momento de la creación del hombre.

Hoy, y también otros días anteriores, leemos en la prensa esa transformación glosada por Pico y tan frecuente en nuestra sociedad actual. Gratificaciones astronómicas (porque éticamente no pueden llamarse sueldos) en una época de visibles restricciones y recortes; cargos ostentosos nacidos, paradójicamente, de fracasos anteriores; recolocaciones absurdas, jornadas inexistentes…, faltas graves, todas ellas, contra la dignidad humana que pregonaba nuestro filósofo. Dignidad que aparece también en la Constitución española como “fundamento del orden político y de la paz social”. Ahora bien, con las transgresiones que observamos en la casuística diaria, ¿es posible hablar de dignidad en personas que actúan en contra del respeto como principio derivado de aquel valor? ¿No se infringe la máxima kantiana y humana de “trata a los otros como querrías que ellos te trataran a ti”?

No nos cabe la menor duda de que la crisis actual contiene una buena dosis no precisamente --o fundamentalmente-- de economía, sino de valores olvidados o transgredidos, de menosprecio a la dignidad humana, en suma. Quizá suene esto a simples reflexiones de un aprendiz de filósofo o a devaneos de lesa madurez. Juzgue, pues, el lector, pero la realidad no puede ignorarse. Mientras no respetemos la vida y los derechos de los demás, mientras no impartamos debidamente la justicia, mientras las diferencias sociales no respondan a la realidad, la dignidad humana será un simple flatus vocis, un simple soplo de voz.

Seguramente habrá manera de conformarse: el digno sufre, pero su dignidad le consuela. H