Querido lector:

La temporada de grandes festivales en la Comunitat Valenciana, la mayoría de ellos en la provincia de Castellón, vivió ayer su xupinazo particular con el primer día del FIB. En total registrarán este, el Arenal Sound y el Rototom más de 600.000 visitas si establecemos la fórmula de sumar la cantidad diaria de asistentes que emplean los promotores de estos festivales. Una cifra mareante a las que hay que añadir los empleos de temporada que crean, el negocio indirecto que inyectan a diversos proveedores y muchas pymes castellonenses y la proyección que supone para la marca turística para la Comunitat, la provincia y los municipios donde se celebran.

Se trata por tanto de un segmento de turismo especializado que hemos creado en los últimos años en la provincia de Castellón, la más rica de nuestro país en macroeventos de estas características y que no hay lugar que no lo quiera o haya intentado copiar en los últimos años, con más o menos éxito, por una razón muy sencilla. Dinamizan economía, crean marca y otorgan valor al territorio.

Sin embargo, varias circunstancias de diferente tipo coincidentes en el tiempo, parece que han confluido para que esto no sea así, o al menos, han puesto en riesgo este segmento turístico. El Arenal Sound ha sido el máximo ejemplo este año por una cortedad de miras extraordinaria que la instituciones con responsabilidad en materia turística (aunque no coincidentes en las fórmulas como la Diputación y la Generalitat) han dado solución temporal, una con presupuesto y la otra con gestión de legislación. En Valencia, sin embargo, han llegado a suspender un festival.

Les cuento todo esto para invitarles a una reflexión muy simple. Si el turismo es una de las industrias por la que debemos apostar por su potencialidad de futuro y hemos sido pioneros en una fórmula exitosa, por qué nos empeñamos en hacernos el hara-kiri. Regulemos conforme a la legalidad, potenciemos su éxito, creemos infraestructuras musicales... pero no nos pongamos piedras en el camino.