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El humo de los barcos

Salvador Bellés

La casa de Alcossebre de Nuria Espert

Mientras yo sigo en la playa de la Almadraba de Benicàssim, construyendo mis castillos de arena al tiempo que observo y describo sus mensajes, al humo de los barcos, Nuria Espert llega a su casa de Alcossebre, cerca de la playa del Cargador, donde abundan las calas, con el cabo de Irta al norte, al pie de la sierra del mismo nombre que la protege los vientos fríos y tras las que se adivina no muy lejano el mítico castillo de Peñíscola; cerca también de la belleza natural de la playa Romana, con la ermita de San Cristóbal convertida en atalaya para mirar más allá del horizonte del mar Mediterráneo, cuyas olas siguen trayendo para su espíritu sensible los ecos de las culturas de Roma y de Grecia, no es de extrañar que encuentren la felicidad todos los miembros de la familia Moreno-Espert. Allí llegaban cuando podían sus dos hijas, Nuria y Alicia. La primera, convertida en actriz espléndida y delicadísima bailarina aureolada de éxitos.

Alicia llegaba con la joven Bárbara, la alegría de la casa, que, cumplidos los veinte años, ya ha había intervenido en varias películas de cine.

No es de extrañar que en Alcossebre, en torno a la familia Moreno-Espert se reunían habitualmente, durante algunas semanas del verano, escritores y pintores, cineastas, escultores, gentes de la república de las artes y de las letras, con tiempo para tertulias, para oír buena música, para leer, para contemplar y disfrutar algún día de mi Humo de los barcos.

--Leo de todo. Hasta místicos chinos. Y teatro, casi todo clásico y distinguido.

--Que es lo que más te gusta representar…

--No, no. Para representar prefiero el teatro moderno.

Cuando al hilo de la conversación se le quería insinuar, sacar a flor de comentario, la duda de si nos encontramos ante una mujer culta o una mujer inteligente, ella susurraba como un murmullo sin apenas matices:

--Tengo una inteligencia natural que trato de desarrollar al máximo, en gran medida.

Un día le hice la pregunta convencional de cuál creía que es la cualidad básica para ser actor o actriz. Y con toda seriedad me contestó:

--La inteligencia. Y una cierta ductilidad, claro. Ha llegado el momento en que la interpretación está estrechamente unida a la inteligencia. Es el sino de nuestro tiempo. Antiguamente se podía ser actor sin ser inteligente. Hoy se necesita más inteligencia para ser actor que para ser científico. Bueno, digamos que, al menos, la misma. Hablo de un buen actor y de un buen científico.

Y es que estas conversaciones también se pueden mantener a la orilla del mar en verano, en la playa.

En realidad, humanamente, lo que más atraía de Nuria Espert es su talante; su dimensión digamos que mediterránea. Es decir, estar de vuelta de muchas cosas…

No importa que el historiador Fernand Braudel nos dijera que el mundo mediterráneo está hecho de montañas, laderas, planicies costeras y, naturalmente, de mar. De Nuria, lo que más me gusta es pensar que, tal vez por la luminosidad de los altos cielos azules, o por la gran amplitud de los horizontes marinos por donde han hecho su aparición, no solamente mis humos de los barcos, sino también culturas y religiones diversas, ya que, cuando hablamos de talante o dimensión mediterránea, queremos hablar de claridad de ideas, de alejamiento de fanatismos, de tolerancia, de apertura cultural compatible con el amor al hogar desde el teatro.

Estas cosas no son más que un pequeño paréntesis en la vida de este inmenso personaje que está hoy con nosotros, pensando tal vez que se trata de unas páginas que estaban en blanco al llegar la vida a este mundo mediterráneo y a las llanuras que se le aproximan, que fue mucho después de que la vida empezara en las pétreas rocas y en las altas montañas del entorno.

Sus grandes éxitos en el Teatro Real de la Ópera de Glassgow, en Bruselas interpretando a Electra, o en Tel-Aviv para dirigir a la Compañía Nacional de Israel y representar La Casa de Bernarda Alba, de García Lorca, tienen su amplio significado, al poder saltar sobre todas las barreras idiomáticas, hebreo, japonés, inglés…

El teatro burgués del siglo XIX había creado grandes divos aureolados de gran prestigio, aunque a menudo mitificados con una acusada dimensión erótica, para ser nuestros siglos los que consolidaron socialmente a los grandes actores. Los nombres de María Guerrero, Margarita Xirgu, Enrique Borrás, Ricardo Calvo…, acuden inevitablemente a la memoria, aunque sin olvidar que fue la difusión masiva del cine el hecho que situó en la órbita de la popularidad y de la aceptación social a quienes ya eran monstruos sagrados para la élite intelectual. Los Orson Welles, Laurence Oliver, los Barrymore, María Casares, no sé, Vittorio Gassman, son nombres que van apareciendo en mi mente teatral y en mi máquina Olivetti al situar el tema.

Cuando se le ha insinuado a Nuria la posible peligrosidad de la profesión de actriz desde el punto de vista matrimonial, ella siempre lo ha tenido muy claro y lo ha afirmado:

--No, no. Yo siempre he dicho que soy una señora que vive en verano en Alcossebre, que he tenido casa en la calle Muntaner de Barcelona y en la calle Pavía de Madrid, junto a la plaza de Oriente; que viajo por el mundo y que tengo la profesión de actriz. Eso es todo.

Que visto desde mi terraza donde escribo mientras canturrea la playa de la Almadraba, entre el Torreón y el Voramar y levanto la vista para contemplar el humo de los barcos, desde el término municipal de Benicàssim, no es poco. Y es que este mar Mediterráneo que permite veranear a la familia de Nuria Espert y a mí mismo desde el término municipal de Benicàssim, permite tanto...

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