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Tribuna vecinal

Días de angustia y esperanza

Quiero que se termine esta pesadilla. Quiero que vuelva el sueño verdadero. Un sueño dulce, alegre... y donde no tengamos que lamentar más enfermos ni más muertes.

Esta pesadilla empezó sus primeros pasos en diciembre del pasado año en China. Para entonces, ¿quién sabía qué era el covid-19 o un coranovirus? La inmensa mayoría de nosotros, no, y tan solo lo habíamos oído por primera vez cuando apareció allí, en China. Para nosotros era esa infección aparecida en China y que poco a poco estaba poniendo fea la cosa en Asia.

Otros países asiáticos, como Corea del Sur o Irán, empezaban a incrementar los contagios, pero mientras tanto, aquí en Europa lo veíamos como algo de Asia.

Pero el coronavirus saltó a Europa, y en Italia empezaban a ponerse las cosas feas de verdad. La OMS subía el tono de sus discursos y cada vez emitía informes más negativos aconsejando no hacer eventos con mucha gente para que el contagio no fuera a más. ¿Y qué? En Europa se continuaba con los grandes eventos. La vida continuaba igual, sin cambios.

En marzo ya veíamos que en Italia se desbordaba y que en España empezaban los primeros contagios y alguna muerte. La cosa ya no hacia tanta gracia y no parecía que fuera una simple gripe en la que contaríamos con casos aislados, como nos hacían ver. El Gobierno ya empieza a poner en marcha las primeras restricciones para que no se hicieran grandes concentraciones de gente y aconsejando la prevención esencial con el lavado de manos y toser tapándonos la nariz y boca para que el contagio no se transmitiera.

Y entonces, el Gobierno aprueba el estado de alarma (465/2020), que desde el pasado 14 de marzo nos tiene confinados en casa con la salvedad de poder salir solo para temas vitales como ir a supermercados o farmacias, cuidado de personas mayores y dependientes o ir a trabajar.

Mientras tanto, ANGUSTIA. Angustia en cada una de las ruedas de prensa, en cada noticia que aparece en los medios de comunicación y en las redes sociales que estamos esperando que se llegue al pico de contagios. Un pico que la ciudadanía reza, día a día, para que llegue escuchando una y otra vez: «Ya estamos casi en el pico...».

También es cierto que muchos ciudadanos, no la inmensa mayoría por fortuna, hacen caso omiso de las restricciones y por ello ese estado de alarma es necesario para que sea efectivo. Aunque a veces, uno piensa, ¿se puede ir a trabajar con las medidas indicadas de prevención? Pero esa persona que va al trabajo, vuelve a casa y allí tiene una familia, y el contagio puede ocurrir. Pero es todo tan difícil. Si bien el verdadero confinamiento sería no salir de casa, nadie en un mes, para nada.

Posiblemente, muchos de nosotros estemos pasando por los momentos más inciertos y de crisis que recordamos en nuestras vidas. Entre otras cosas, porque no habíamos estado nunca en un estado de alarma como este. Vivimos en un clima de incertidumbre y donde nuestro único atisbo de esperanza es ver si la curva de contagios y, desgraciadamente de muertes, se va invirtiendo para vencer esta guerra en la que todos somos parte de ella. Guerra que se está llevando por delante, sobre todo, a los más vulnerables, como son nuestros mayores. Personas que han vivido situaciones difíciles como la Guerra Civil o la posguerra. Muchos de ellos ni tan siquiera se están pudiendo despedir de sus seres más queridos.

Las guerras como en la que estamos inmersos, tienen su parte más amarga y mala, que son las personas que se lleva por delante, pero hay que mirar la parte positiva, la parte de ESPERANZA, si la hay en todo esto, y es la solidaridad y la entrega.

Por desgracia, la palabra solidaridad viene tachada por episodios que vemos, como gritar e insultar a enfermos autistas que junto a sus padres o cuidadores lo único que hacen es dar una vuelta durante el confinamiento. Solidaridad tachada cuando ancianos de una residencia que están desinfectando, al ir a otro lugar más seguro son increpados y tratados de apestados. Esta no es la solidaridad que queremos.

Y por otro lado, aplaudir la entrega de esos sanitarios y esos cuerpos de seguridad que lo están dando todo. Aplausos también por esos trabajadores de la limpieza que, a pesar de las adversidades existentes, salen a hacer la limpieza viaria. Aplausos también a los comerciantes que deben abrir sus persianas para abastecer los hogares de los españoles. Muchos de ellos pequeños comercios y tiendas de barrio. Pero esta guerra también deja damnificados y tocados a nuestros autónomos y pequeños empresarios, pequeñas tiendas, bares o restaurantes, así como, oficios como electricistas, fontaneros... Los ciudadanos que por desgracia pierden el empleo también son parte damnificada de esta realidad y que esperan el final del túnel.

Para terminar quisiera acordarme de todas aquellas personas que han fallecido hasta el momento y de sus familiares y seres queridos que no han podido despedirse de ellos en estos momentos tan malos. Asimismo, dar fuerza a aquellos enfermos que están pasando la enfermedad.

Hoy debemos mantenernos alejados para conservar la ilusión de volver a estar juntos mañana. Superaremos este desafío y nos veremos nuevamente. En esta guerra SUMA, NO RESTES.

*Presidente de COASVECA

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