Querido/a lector/a, confieso que me duele leer que Ciudadanos se va a hundir en las elecciones autonómicas de Madrid o, peor aún, que tiene los días contados porque al perder presencia y fuerza va a devenir residual y no podrá ser útil ni influir en la realidad social. En todo caso, me guste o no, es evidente que todo apunta a lo peor.

La cuestión es que esta posible realidad es el resultado de un proceso. No es algo nuevo ni aparece de golpe. Si no recuerdo mal empezó el día en que ese partido, en teoría de centro liberal, llamado a ser bisagra y adalid de la avenencia con la derecha y con la izquierda, decidió no pactar con el PSOE. Posiblemente, digo yo, porque impresionado con sus 50 diputados en el Congreso y su gran resultado en Catalunya, pensó que podía ser el partido mayoritario de la derecha, el sustituto de un PP corrupto, poco europeo y democrático. Obsesión que no paró ahí y, con ganas de tranquilizar a la derecha social y económica fue más allá, le llevó a olvidar lo del centro-liberal y hasta pactar con Vox.

O dicho de otra forma, parece que por ambición perdió su papel natural de centro liberal y la cagó. Así es que hoy, ahora, sobre todo en Madrid, pero también en el conjunto de España, su futuro se tambalea entre la metida de pata de su político de origen, Rivera, y la actitud de un PP de inspiración aznariana que cuando habla de la reagrupación de la derecha en torno al PP no habla de abrir vías de acuerdos entre iguales, sino, simplemente, de asalto o absorción de los otros. Más o menos. Y si desde la buena voluntad alguien tiene dudas de lo que he dicho, le aconsejo que antes de ponerme a parir se fije en lo que entre el PP y Ciudadanos está pasando en Murcia, el País Valencià o en Madrid y, después, se pregunte si ese traspaso de afiliados y diputados de Ciudadanos al PP es diálogo, desestabilización o corrupción.

Analista político