"Viajar es fascinante, se adquiere un tamaño de bola". Así se expresaba Silvio Rodríguez en una entrevista reciente. El propio Kant proclamaba la libertad de movimientos y el derecho a circular por cualquier rincón del orbe al tratarse éste de una esfera. ¿Quién dijo que la geometría no encierra valores morales? Ciertamente, lo esférico evoca una realidad sin fronteras. Una suerte de ininterrumpida pasarela sin fin. Tal vez en el imaginario y en una de esas capas mentales que anidan por debajo de la sesuda conciencia, asociamos el círculo a la perfección y la verdadera perfección descarta los artificios políticos de segregación.

Viajar es una pésima noticia para los intolerantes. Viajar cultiva la inteligencia, las emociones y la tolerancia. Viajar derriba todos los muros mentales que te han inoculado para detestar al otro y al diferente. Por eso es tan importante el turismo. Ese privilegio aristocrático que deviene en fenómeno de masas a partir de la segunda mitad del pasado siglo.

Fenómeno de masas como otras actividades humanas que Berlyne calificaría de conductas exploratorias y que nos permiten abandonar la rutina y vivir una vida que merece la pena ser vivida. Alguien señaló que durante 10, 15 ó 30 días la persona es soberana de su alma y de su cuerpo, su albedrío, su vocación y destino. Esa microvida de una calidad emocional distinta es un derecho reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El derecho al ocio y a las vacaciones pagadas.

Los derechos fundamentales o son de masas o no son. Evidente. No confundir las masas con la masificación. Esto último es una derivada propia de la demografía y, sobre todo, de la manifiestamente mejorable gestión de los flujos y capacidades de carga. Un problema explicitado por los expertos del sector desde 1980 en la Declaración de Manila. Un problema -o reto- que también sigue desafiando las grandes urbes en su cotidianidad.

Viajar en libertad permite ejercer y experimentar la tolerancia -no es que vayamos sobrados- en la tierra del otro. Una tierra que, como hemos sugerido al principio, pertenece -en algún sentido al menos- a todos.

No me parece acertado cuestionar el turismo y, consecuentemente, a todas las personas, familias y sociedades que viven de él. El mundo post covid necesitará contemplar el fenómeno turístico como un vector fundamental del desarrollo humano, social y económico. La semana pasada presentamos la estrategia del sector para combatir el cambio climático y la descarbonización. O eres parte del problema o eres parte de la solución. Permanecer en el lado correcto debe ser nuestra prioridad. Tampoco quedan más opciones en ese sentido. Si este futuro incierto que nos aguarda el destino merece la pena ser vivido y transitar por él, viajar -la base del turismo- debería ser obligado incluso por prescripción médica.

*Secretario autonómico de Turismo