Hace unos años, Felipe González, con ese gracejo andaluz que le caracterizaba, explicó muy gráficamente que el diálogo con los partidos nacionalistas se parecía mucho al reparto de un chorizo. Tras las primeras negociaciones y la asunción de competencias por parte de las comunidades autónomas gobernadas por los nacionalistas, éstas se habían quedado con la mitad del chorizo. Pero al cabo de un tiempo querían volver a negociar. Su parte del chorizo, ya era suya, evidentemente; y de la parte que te habías quedado tú (el Estado), ahora también querían una parte; y así, sucesivamente. Al final, como es lógico, ya no quedaba chorizo, y como el Estado ya no era nadie, ni era nada en su territorio, ya solo quedaba decir «Adéu Espanya!».

Pedro Sánchez, parece que no lo sabe, cosa normal en una persona que tiene el bagaje intelectual que cabe en el plagio de una tesis doctoral. Pero alguien debería explicárselo antes que la inopia del presidente del gobierno español agrave lo que desde que José Luis Rodríguez Zapatero prometió que aprobaría cualquier cosa que saliera aprobada en el parlamento catalán, --fuera un Estatut o una sandía--, se ha convertido en la crisis política más importante que padece nuestra joven democracia.

La voracidad nacionalista no tiene ni tendrá límites nunca. Es falso que la finalidad del Estatut fuera que Cataluña se sintiera más cómoda en España. Y es falso porque desde entonces los compañeros de viaje que escogieron Zapatero y Montilla, llegando éste último a encabezar una manifestación contra el Tribunal Constitucional, y ahora ha escogido Pedro Sánchez, son los mismos que han intentado reventar el edificio, la casa común de todos.

Es falso que esté en discusión un debate más o menos autonomista o más o menso federalista. Es falso el mantra que nos vende el PSOE de que está en discusión la España plural o la España unitaria, porque la pluralidad y diversidad ya están recogidas y consagradas en la propia Constitución, es cuestión de desarrollarlas más o menos, según las diferentes sensibilidades. Es falso que el debate sea una España más o menos federal, porque nada hay más contrario al nacionalismo que el federalismo, que considera al primero una fuente de desigualdades y de privilegios.

Agenda del reencuentro buenista

Lo que le está pasando a Pedro Sánchez con su agenda del reencuentro buenista, no es más que lo que le pasa al propietario de la casa de la fábula de Max Frisch titulada Biedermann y los incendiarios. En ella, los Biedermann, un matrimonio de clase media corriente, se alarman porque alguien está provocando un incendio tras otro en la ciudad. Cuando dos hombres se presentan en su casa, sospechan de ellos, pero llenos de compasión y por considerarlos víctimas de la sociedad, les invitan a quedarse en su casa.

Cuando los visitantes empiezan a traer bidones de gasolina y material inflamable, se inquietan, pero hacen todo lo posible para que los dos señores estén a gusto, confiando en evitar el peligro si los tratan con amabilidad. Les invitan a cenar y hacen todo lo posible por aceptar sus condiciones. No hay que olvidar que los visitantes son víctimas, y por eso el Sr. Biedermann es cada vez más conciliador y dialogante, para evitar la confrontación.

Incluso si alguien les intenta alertar del peligro le dicen: «¿Así cómo vamos a convivir todos juntos? Hemos de confiar y tener buena voluntad». Al final como muestra de buena voluntad, es el propio Biedermann quien les regala a estos las cerillas con las que le quemarán la casa.

Si Sánchez piensa que con sus continuas cesiones a los separatistas traerá la paz territorial a España, y pondrá fin a las tensiones en Cataluña, más vale que salten todas las alarmas, porque su indigencia intelectual y moral en estos momentos es más peligrosa que todo el material inflamable que albergaba Biedermann en su casa.

Portavoz del PP en la Diputación