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Vicent Sales

A FONDO

Vicent Sales

La insoportable equidistancia

Deberíamos haber aprendido ya que el lenguaje del odio no produce más que odio, desprecio y desafección

El uso del castellano en una escuela de Canet de Mar, en Barcelona, ha desatado la polémica. Una familia recurrió al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y el colegio está obligado a impartir un 25% de clases en castellano. Así lo establece el Tribunal Supremo, la Ley lo permite y los padres están en su derecho.

El problema es que el niño de cinco años y su familia han recibido amenazas, desatándose una campaña en redes sociales realmente abominable en una sociedad democrática. Lo normal sería que todos los partidos políticos democráticos, por encima de sus diferencias, hubieran rechazado lo que sin duda es un acoso y una agresión intolerable, reafirmando así el compromiso con la democracia y el Estado de Derecho.

Pero no ha sido así. Desgraciadamente el lenguaje del odio se ha apropiado de la política actual. Este lenguaje no es nuevo; es tan viejo como el totalitarismo, sea de derechas, de izquierdas o nacionalista.

Pero sorprende que haya vuelto tras creerlo desterrado después de la II Guerra Mundial y sobre todo tras la caída del Muro de Berlín y el hundimiento del comunismo.

Los que practican el discurso del odio, deberían saber, que el intercambio de ideas y de opiniones solo es posible bajo la forma del respeto moral que se le debe a quien piensa distinto de nosotros. Pero parece que la argumentación está desapareciendo a favor de la descalificación y del insulto: fascistas, traidores, botiflers, españolazos… todo forma parte de la jerga de los fanáticos.

Destruir el diálogo

En una sociedad abierta el enemigo no es quien piensa de forma diferente, sino aquel que quiere destruir el diálogo y la mera posibilidad de discrepancia legítima. En este país, donde tantas y con tan funestas consecuencias se ha practicado el odio, deberíamos haber aprendido ya que el lenguaje del odio no produce más que odio, desprecio y desafección.

Pero tan triste es comprobar que haya personas instaladas en el odio, como observar con tristeza que hay otras convertidas en abstemias. Los que se abstienen frente a la bebida embriagadora que es el totalitarismo nacionalista.

Aquellas «almas bellas», que decía Hegel, que no se ensucian ante nada y siempre acaban perdiéndose en la absoluta inconsistencia. Es la maldita equidistancia. La misma que acaba igualando a los atacantes con las víctimas, a ofensores con ofendidos, a insultadores con insultados. La misma que justifica la agresión a guardias civiles en base a la opresión del pueblo vasco o las amenazas a un niño de cinco años por pedir su familia que se cumpla la Ley, en nombre de la Catalunya de «un sol poble».

Una absurda equidistancia, que imposibilita a algunos empatizar con las víctimas, con los agredidos, con los humillados, con los ofendidos… sencillamente porque no son de su color, de su lengua, de su religión, de su ideología, en definitiva, de su secta. Seamos valientes y hagamos voto de parcialidad nosotros también y levantemos la voz contra el totalitarismo, contra la mentira, contra la equidistancia y contra la cobardía, practicadas por la Generalitat de Catalunya. Y ya puestos, denunciemos que el postureo estético que está practicando el Gobierno español poniéndose de perfil, es insufrible.

Decía un filósofo, que «ser abstemio entre las convicciones que consagran nuestros derechos y los radicalismos que pretenden desmontarlos es ser un cínico si la duda es fingida o un imbécil si la duda es falsa».

Portavoz del PP en la Diputación

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