Una de las peores desgracias que se ciernen sobre las personas es que se fijen objetivos pequeños y tengan éxito. Se atribuye a Miguel Ángel Buonarroti, arquitecto, pintor y acaso el mejor escultor de la historia, esta sugerente reflexión en torno a la tentación del conformismo. 

La historia la empujaron siempre los impacientes y los hambrientos. No solo de sustento básico y primario, sino los famélicos de justicia y esperanza, los ávidos de futuro. A veces la historia se mueve haciendo ruido, otras aparenta quietud pero va incubando amaneceres rompedores. 

Las verdaderas revoluciones no pueden datarse con fechas cerradas. Hoy vivimos un cambio de era cuya profundidad transmutará en pocas décadas los propios fundamentos de la condición humana. 

Hoy no deberíamos ser ajenos al inaudito y desorbitado alcance de la cuarta revolución industrial en curso. Más temprano que tarde nuestros hijos debatirán sobre la inmortalidad como una opción. Este clásico de la fantasía humana y la ciencia ficción ya es más ciencia que ficción.

Con todo, no es menor la presencia y el acecho de la incertidumbre en todos y cada uno de nuestros pasos. O bien por negligencia confesa de nuestras acciones o bien por el infortunio del azar, que también viaja a bordo, el presente es quebradizo. 

Lo primero se ejemplificaría en el cambio climático y el desvalijo inmisericorde de un planeta enfermo. Lo segundo, hasta que no se descubra fehacientemente lo contrario, lo acabamos de recepcionar en nuestros pulmones, hospitales y cementerios en forma de transmisión zoonótica. Le hemos llamado covid-19. Por activa o por pasiva, bordeamos los límites.

En un contexto tan extraordinario y crítico como el actual solo cabe esperar de los líderes políticos, económicos y sociales, concentración. Sí, concentración estratégica. Esa facultad para discernir con precisión y criterio las verdaderas prioridades. No es tiempo para distraerse en las típicas discordias y asuntos de medio pelo. Necesitamos acertar. Focalizar lo importante. Liderar no va de brillar como el neón. Liderar va de iluminar el camino de los demás. Desde la perspectiva nacional y europea la correcta decisión de reconstruir la economía con fondos estructurales, nos emplaza a la máxima concentración institucional y social para aprovechar esta gran oportunidad. Este es un tema de estado. 

Sinceramente puede que hoy no tengamos otra cosa, otra agenda más rabiosamente urgente que gestionar los recursos europeos para dar cauce material al reto histórico de modernizarnos. Toca estar muy concentrados para comprender el mundo que nos está cayendo encima. Un mundo, un destino y una vida que debe merecer la pena ser vivida. Sabemos que la carta de navegación no presenta grandes dudas. Partimos, a fuerza de golpes, de esa certeza indubitable: el desafío son los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible, los llamados Evangelios laicos del siglo XXI. 

No es cierto que vayamos todos en el mismo barco. Suena bien pero no es verdad. En todo caso, estamos todos bajo la misma tormenta, pero unos van en trasatlántico y otros en cayuco. 

Europa debe protagonizar, y nosotros desde su primer aliento, una transformación guionizada desde su alma: los principios varias veces centenarios de la Ilustración y la revolución de la modernidad: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Puede que no pasen más trenes. 

*Doctor en Filosofía